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«Nunca tengas miedo de hacer lo correcto, si es el bienestar de una persona o animal lo que está en juego. Los castigos de la sociedad son pequeños en comparación con las heridas que nos infligimos a nuestra alma cuando miramos hacia otro lado»

Martin Luther King

A propósito de un comentario racista y aterrador

Ella es mujer. Amamanta a un hijo de escasos días. En una playa. Viuda. Tiene frío. Contempla el horizonte físico, pero no el que le prometieron… La Luna, a la postre, no es la misma para todos… El Mediterráneo tampoco. Depende del lado en que uno esté… Esa Luna que ilumina a un mediocre poeta que escribe un ripio –él la denominará Selene– no comprometido para con esa madre de la playa y le resulta imposible percibir la luminosidad de esos pezones que hablan de una madre, sí,  que se la jugará porque optó por una patera que le brindaba una muerte probable ante una muerte segura si se quedaba en el arenal del desamor…

Ella, aterrorizada por ciertas mafias que, en un mundo de bondad, deberían carecer de sentido, intenta adivinar qué habrá tras ese horizonte al que, probablemente, no    pueda llegar… La Luna –piensa- ha de ser muy plácida desde la terraza de un resort, aunque ella desconozca el término. O no sepa, como tú, como se escribe… Intentas imaginártela y te sientes culpable, aun siendo inocente de su mal. Cuando, ajeno a su tragedia, te exasperes por estupideces, y tu mundo parezca hundirse por no haber sabido resintonizar tu televisor, sí…Ella acaricia a su hijo… Algunos cabrones que negocian con sus vidas, mercaderes de personas y cuya existencia solo se explica por una desigual distribución de la riqueza, la instan a subir al infierno. ¿Qué hará? ¿Subirá a la patera?

Mira el horizonte y sigue sin verlo…

Mira a su hijo… ¿Se la juega?

Y lo curioso es que no tiene opciones…

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Y sube, finalmente,    a esa barca en una muerte probablemente anunciada, guiada por malnacidos, en un mundo de cabrones…

¿Llegará a la orilla?

Mira a su hijo -sí- y por una vez, por una puñetera vez, comprenderá que ha de jugársela…

El viaje no es fácil… La Luna no es la misma. Ni el Mediterráneo. Piensa que si llega a la orilla será vista como una enemiga… E insiste… Y recuerda su infancia y el ferviente deseo de que, de una puñetera vez, todos seáis hermanos, donde el mar sea común (mare nostrum, sine fretus divitiis tuis) donde los horizontes,  los mismos, donde veáis la misma Luna… Donde nunca nadie tenga que cuestionarse sobre si pone en riesgo la vida de un hijo…

La mujer, ¡joder!, además es negra y pobre, sobre todo pobre… Como si esas condiciones modificaran su leche y el amor de ese pezón alimentando a un niño en busca de un futuro que busca, aún sin saberlo… Esa mujer que corrió/corre/y correrá  el riesgo de jugársela en un mediterráneo (la minúscula no es un error) que no es igual para todos…

Esa mujer que, cuando divise la costa, si lo consigue, se preguntará si merece vivir ahí… Si vale el viaje la pena…

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En un bar, tres mujeres enjoyadas (a quienes les dedicas peyorativamente estas líneas) suelen competir por el poderío de sus diademas, probablemente de baratillo y se escandalizan porque una «mala mujer» (y espero que lean esto), murió junto a su hijo… Luego apartan el diario incómodo: «Tot són males notícies». Esa frase que repitieron ayer, que repetirán hoy, que repetirán mañana. El café –le espetarán a un camarero agotado– no es descafeinado… No sé si la mujer de la patera murió por lo inevitable, o porque viendo la opulencia de la costa, tras el horror de lo vivido, sintió asco y le fallaron las fuerzas… A la postre era mujer, negra y pobre… ¡Lo tenía todo para no ver ese horizonte o vivir en él! El poeta sigue escribiendo ripios. La paloma de Alberti sigue equivocándose… ¡Qué difícil habría de resultaros, de verdad, bañaros en el Mediterráneo!