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Sábado 13. Acabas de poner punto final a tu artículo semanal. Enemigo de las nuevas tecnologías recurres ahora, sin embargo, al streaming, para asistir, aunque sea desde la distancia, al acto de Sant Antoni que se celebra en el Teatro des Born de Ciutadella y que anualmente organiza «Es Diari». En esta edición, un problema de salud te impide acudir.    Y este hecho no es plato de tu gusto, convencido    de que todos los que asisten a ese evento lo hacen con la mejor de las predisposiciones. Gentes de diversas ideologías que dejan, en el quicio de la puerta del teatro, sus desavenencias y se unen como movidos por una extraña fuerza solidaria, nueva, que los convierte en personas vestidas con el anhelo de un «vamos a entendernos»… ¿Será la menorquinidad? ¿O ese diario, que, a la postre, es vuestro diario?

Y el milagro se repite. Josep Pons Fraga, editor del rotativo insular, inicia brillantemente el acto, formulando una serie de lúcidas reflexiones sobre la Inteligencia Artificial, el abandono de las Humanidades, el amor fraternal, el papel del periodismo en la sociedad que se avecina, la juventud, la intrahistoria y el propio «Es Diari»: «Vivimos en los    tiempos de la Inteligencia Artificial (…) Un proceso con un impacto irreversible sobre las generaciones de indígenas digitales para los cuales su nueva religión es el móvil que se debe utilizar con sentido común para evitar que sea causa de soledades, adicciones y frustraciones (…) La belleza de la creación literaria, las lenguas clásicas y la poesía que cae bajo los crípticos mensajes de Whatsapp y el frenesí de los    algoritmos de TickTok y los reels de Instagram (…) El sentido del diario MENORCA es amar, ser amado y comprendido por los menorquines»… Chapeau!

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El acto se va desarrollando luego bajo la hábil batuta de Josep Bagur, director del periódico, que, por ende, se mueve sobre el escenario como pez en el agua… Mientras lo ves, admirado, rezas para que no os deje para fichar por alguna que otra cadena televisiva nacional. ¡Enhorabuena! Y tú, absorto, frente a la pequeña pantalla de tu ordenador… Todo cuanto ocurre ahí tiene mérito y nada demérito. Los premios otorgados son más que acertados. El acto se muda en un gran espectáculo coral pero donde prima –lo iteras- «el buen rollo»…

Finalizado este, sin embargo, te quedarías con dos momentos que te emocionaron: el premio concedido a la Fundación Carlos Mir y el galardón otorgado a Bosco Faner, un entrañable amigo del que has aprendido tanto y a quien tanto debes. Su intervención es igualmente perfecta y una breve pero profundísima invitación al cambio personal, a la bonhomía, a la tolerancia y a la preponderancia que ha de darse a los valores éticos sobre los deméritos inmorales. He aquí algunas de sus bellas palabras: «En este acto que crea solidaridad y cohesión social, creo que es de justicia decir que si la discordia arruina la cultura, la conducta moral, en cambio, la está embelleciendo y hermanando. La cultura no se ensucia por gotas de engrudo, sino que se pule por sus actos de amor (…) La mayor satisfacción de una vida es tratar a los otros mejor a como los otros te tratan a ti. Si dividir es la peor pobreza humana, que siembren valores, pues, y derechos humanos los medios de comunicación, las obras literarias, también los museos y bibliotecas y teatros y todas aquellas entidades amantes del orgullo cívico y de la tolerancia».

Estás seguro de que nadie de los asistentes salió del teatro igual a como entró. Porque salió mejorado… Y en esas estabas cuando, de repente, impregnado todavía por la inyección de humanidad que el acto te había chutado en vena, hojeaste de nuevo el artículo que habías preparado para hoy. Y –lamentas la repetición de la conjunción- lo hiciste añicos. No por su contenido –del que sigues convencido-, pero sí tal vez por su forma, un tanto agria. Crees que ese fue el primer fruto –o uno de los primeros- de esa gala. La de esa gala, sí, cuyo espíritu tendríais que hacer eterno. Que tendríais que hacer vuestro.