Toñita escudriña en su billetero. «¡Qué raro!» –se dice-. No le da para pagar... La cajera del «super» se la mira con ternura... Y es que Toñita vive en un mundo virtual. Don P.S. le hace creer diariamente, mediante una propaganda partidista (o personal) invasiva, aparentemente gubernamental, que ella vive en el país de Alicia, el de las Maravillas... «La Formación Profesional funciona –le dicen, más o menos, anuncios eternamente repetidos sin vergüenza-.Gobierno de...» «Cuatrocientos euros para bienes culturales, ya sea usted un joven de Vallecas o un pijo del barrio de Salamanca. Gobierno de...» «Si tiene usted un contratiempo, no se preocupe, ahí estaremos. Gobierno de...» «¡Qué bonito vivir en un país así!» -piensa Toñita-. La cajera -con estudios y con un trabajo eventual cifrado en ochocientos euros- le desea a esa anciana que jamás se dé cuenta de que tras esos «spots» lo que verdaderamente subyace es el aparato propagandístico del resistente...
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Lejos, don P.S. está a punto de aniquilar las dos últimas siglas de su partido (OE), ante la inexplicable pasividad del mismo. Y contempla, divertido, como las dos que quedarán serán idénticas a las de su nombre y apellidos. «¡Joder, qué bonito es ser Dios!» -exclama mientras se mira en un espejo, vitoreado por fieles cuyo único horizonte es perpetuarse y conservar su abultada nómina-.
Pero, ¿y qué hay de los discrepantes? P.S. lo tiene previsto: ¡Expulsar, acojonar y desprestigiar! ¿Y luego? Seguir, seguir, seguir... P.S. sabe, perfectamente, que los rebeldes se asemejan a Astérix y a Obélix, pero –por fortuna para él- sin poción mágica...
¿La ética? ¿La ideología? ¿El bien común? Ante el espejo, don Pedro S. se echa sonoras carcajadas…
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La mujer continúa sin entender lo de su monedero… O por qué en su mundo perfecto (Gobierno de...) sigue habiendo gente durmiendo en la calle o la Paqui aún está en lista de espera o... Es la misma anciana que ha visto probablemente el inaceptable beso de un tal Rubiales y se centra en eso, en el beso, el gran problema nacional. Llega a casa y siguen sin cuadrarle las cuentas... ¿Tendrá demencia senil? Y no se percata de que, ¡ojo! el aceite ha subido y de que...
Mientras, P.S. evoca, risueño, el refranero: «Donde dije digo...» Un ilustre compañero le socorrerá: P.S. no miente, rectifica...
Doña Toñita -¡cosas de la edad!- no caerá tampoco en la cuenta de que alguien robó y sigue ahí, preso. Ese robo que, tal vez, se debiera a la necesidad de a quién amamantar... Pero ese reo tiene, ¡joder!, un grave problema... Ni de su voz, ni de su llanto, depende la supervivencia de don P.S...
Toñita no recuerda, igualmente, que en tiempos de decoro, hubo quien estuvo en la cárcel o murió por sus ideas o por su lengua. Ahora las cosas se defienden desde el maletero de un coche, camino de Bélgica. ¡Ese es el amor de un prófugo por su tierra! El mismo que ahora se frota las manos gracias al Partido S. de don P.S... ¡Y es que hay gente con suerte!
El beso, ese, impresentable y carroñero, que obvia otras incómodas verdades... Como la de A.A.Z, una auténtica socialista vasca que un día te confesó lo duro que era ver en una lista electoral al asesino de un pariente cercano y, más duro aún, constatar que P.S. se apoyaba y apoyará en sus adláteres sin remordimientos...
Doña Toñita tampoco tiene presente -¿será, sí, demencia?- que hubo un tiempo heroico de hombres y mujeres igualmente heroicos que hicieron posible lo imposible. Estadistas. Con ellos, independientemente de las convicciones de cada cual, la ciudadanía se sentía segura... Existían líneas rojas y... Dignidad. Ni Carrillo, ni González, ni un vapuleado anciano Mellado, ni Suárez, ni tantos otros pudieron probablemente vislumbrar que aquello por lo que estuvieron a punto de espicharla, iba a acabar en un lodazal, el de un P.S. arropado por quienes dicen en privado («de consumarse esto, el PSOE no levantará cabeza en décadas») lo que luego callan en público... ¿PSOE? No. El PS de don P.S. en su charca ególatra... ¡Tristísimo! Afortunadamente, doña Toñita sigue estando ciega...