Era, en el sentido estricto del adjetivo, bueno. Nada más. ¡Nada menos! Pasó a su particular intrahistoria por haber acuñado el término «V.H.P.» («very honest person») que anteponía, siempre, al, para él, deleznable «V.I.P» («very important person») ¿Qué hacía, después de todo, importante o muy importante a un ser humano? ¿Su honestidad? ¿Su honradez? ¿Su contribución a las causas justas y al advenimiento de un mundo más equitativo? Paco, ese hombre, sí, bueno, sabía que no, que esos no eran los criterios, los parámetros, sino más bien sus antónimos, poco ejemplares y en absoluto ejemplarizantes. Lo que convertía a un individuo en V.I.P. era el dinero y/o el poder, adquiridos, generalmente, de manera poco ortodoxa. Paco, lector empedernido, había leído a Balzac («detrás de toda gran fortuna hay un crimen escondido») y a Lope («Que la sombra de un hombre poderoso,/claro en linaje, mil delitos cubre») y a Quevedo («persona de gran valor/ tan cristiano como moro;/ pues que da y quita el decoro/y quebranta cualquier fuero,/ poderoso caballero/es don Dinero») y a...
Llevado por esa filosofía, vuestro hombre se encolerizaba, a pesar de su buen talante, cada verano, al oír mentar aquello tan manido de «turismo de calidad», ya que por «calidad» se entendía, simple y llanamente, recaudación… Para él ésta consistía, más bien, en un saber ser respetuosos para con los lugares que se visitaban y las gentes que los habitaban… También se irritaba cuando le intentaban vender el carácter ecuánime de la Justicia. Sabía que, ante ella, como ante tantas otras cosas, el pobre acababa permanentemente por perder si se enfrentaba al poderoso, aun estando en posesión de verdad y razón. ¿Podía permitirse el económicamente débil los servicios prestigiosos y prolongados de un abogado? El «V.I.P.», indudablemente, sí. «Por no hablar de la salud o de la muerte» –solía añadir ese hombre bueno-. Frecuentemente recordaba, en este sentido, el caso de ese niño –hijo de un amigo- que había urgido de la solidaridad para poder operarse en Houston y que cuando ésta, rauda, llegó, llegó, sin embargo, tarde… Y es que el niño no era tenor… ¿Y la muerte? ¿Resultaba realmente igualitaria? ¿Iguales las esquelas en tamaño, formato y página? ¿Y los funerales, algunos concelebrados y otros simplemente oficiados?
El mundo de Paco no era, verdaderamente, de este mundo. Sostenía, igualmente, que había muchas maneras de etiquetar a los hombres para estigmatizarlos. Los nazis lo habían hecho de forma explícita con judíos, homosexuales y un largo etcétera. Pero se podía catalogar a los semejantes –se decía- con simples palabras ultrajadas. «V.I.P.» era una de ellas, una de tantas. Existían, efectivamente, esas personas importantes y, luego, los mindundis de toda la vida… ¿Y los guetos? ¡Que esa era otra! Seguían existiendo, aunque sutilmente edificados: terminales aeroportuarias, sedes bancarias de atención personalizada y un largo etcétera efectuaban tristes cribas y distinciones basadas en la valía entrecomillada de sus usuarios…
«¡Qué triste todo, de verdad!» -solía exclamar Paco cuando le daba, no por whatsappear, sino por pensar y sentir-. Y en esas estaba, permanentemente. De ahí que un día decidiera acuñar un neologismo y divulgarlo para defender a los indefensos: «V.H.P.» («Very honest person»). Sus hijos y sus nietos lo interiorizaron y algunos amigos y unos pocos conocidos. Fue su modesta contribución a la mejora de una sociedad que, considerándose solidaria y moderna, seguía siendo, no obstante, la misma, a pesar de tanto afeite «disimulador»… A Paco los saldos y las influencias se la traían floja, pero no así la bonhomía en la que basaba su fe en un futuro mejor para el orbe…
Cuando se murió, algunos quisieron incluir en su pequeña esquela, bajo su nombre, su neologismo: «V.H.P.» Sin embargo, Ramón, un compadre, se empecinó en poner, curiosa y antitéticamente, «V.I.P.», porque Paco, a pesar de no haber tenido ni un duro, había sido, realmente, para muchos, una «very important person»…