TW

Esperas que, en el improbable caso de que llegue a leer estas líneas, no se enfade. Sería la primera vez que lo vieras así, ofendido. Pensaste el otro día en él y en su desgarradora coherencia cuando viste, nuevamente, la banalización –no nueva- del nacimiento de Cristo.

Rizando el rizo, en algunas localidades regentadas por alcaldes falsamente progres, se han llegado a colocar, incluso, falos luminosos en las calles a modo de ornamentación navideña. ¿Qué celebráis? ¿Otro Black Friday? ¿La posibilidad de un dinero extra que os queme en las manos y que despilfarraréis en objetos estúpidos que desecharéis luego con la misma facilidad con la que los adquiristeis? ¿Qué conmemoráis? Ni los propios cristianos parecen ser incluso ya verdaderamente conscientes de lo que les mueve...

Por eso pensaste en él. Vive en Euskadi. Viudo. Con tres hijos. Ateo, pero profundamente respetuoso para con quienes se proclaman creyentes. Su historia es la que quisiera que se viviera estos días, esos en los que toca ser bueno y querer mucho porque, a la postre, un día al año no hace daño, ni una flor, primavera. Cuando su primogénito –el de tu amigo– cumplió dieciséis años, le comunicó a su padre que quería bautizarse y comulgar. Te comentó que, en un principio, creyó que era algo pasajero de adolescente despistado. Ni él ni su madre lo habían educado en nada de tinte religioso. La sorpresa fue mayúscula. Tras largas conversaciones e indagaciones, la familia vio que la cosa iba pero que muy en serio. El muchacho había leído las Bienaventuranzas y de ahí había nacido todo. Un largo proceso como largos serían los pasos a seguir seguidamente. Su padre solo le exigió coherencia. El hijo la había visto ya en el padre que practicaba, sin saberlo, un cristianismo radical desde una determinada formación política.

Tras la ceremonia eclesiástica, hubo una reducidísima y sencilla fiesta familiar. Acto seguido, los dos protagonistas de la historia –reales- se sentaron en un sofá y calcularon lo que habría costado una Comunión al uso. Entregaron esa cantidad a Caritas, una entidad a la que ambos respetaban y amaban. En eso coincidían.

A partir de ese día, cada domingo, el padre acompañó a su hijo a misa, aunque no comulgara… Y la Nochebuena y Navidad se la pasaban, en gran parte, yendo de casa en casa, socorriendo lo que se terciara. En algunas ocasiones era comida, en otras soledades…
Nunca has visto caso igual de tolerancia y respeto. Iban ambos en favor de los pobres, desde equipos de fútbol diferentes… A fin de cuentas, estaban al servicio, ambos, de los bienaventurados. Uno con una dosis sobreañadida de sobrenaturalidad, el otro con una conciencia límpida como la de las aguas recién salidas de manantial…

Noticias relacionadas

Cada Navidad te acuerdas de él. Os llamáis. Nunca os whatsappeáis…

En ocasiones –piensas ahora- la realidad supera, ciertamente, la ficción. Y tú, que eres cristiano y practicante, ya quisieras, ya, llegar a esas cotas de coherencia personal…
Cada Navidad te acuerdas de él, sí… Cuando las ciudades son, más que nunca, tiendas; las luces, sarcasmos; algunos amores, teatro; la bondad, pasajera; los deseos, efímeros; la verdad, falacia y la memoria, sectaria. Recordamos lo que hemos de adquirir, pero no lo esencial: el nacimiento de Cristo que, como en el caso citado, tanto se puede festejar desde la fe como desde el agnosticismo. ¿Quién, a la postre, con conciencia vívida y transparente, con bonhomía, no apostaría hoy por las Bienaventuranzas? –por poner solo un ejemplo-.

¿Qué celebráis?
Puede que una oferta de una tienda on-line…

¿Qué celebráis?
¿La posibilidad de un «cuponazo» o de un billete comprado en casa de «Doña Manolita»?
Mientras, un Cristo exigente os recordará a todos, sin exclusiones, que este mundo está hecho unos zorros y que se está haciendo tarde…

Ojalá en estas Navidades alguien se acuerde de lo ocurrido hace más de dos mil años y de lo que significó, como tú te acordarás del amigo y de su hijo y de su exquisita ejemplaridad…