En clase, en esas horas que se les antojan eternamente repetidas, los alumnos estudian a Benedetti. Salvo ese –inevitable siempre- que busca otro horizonte más allá de los cristales de ventana redentora. Benedetti no está ahí, corpóreo, pero su presencia se vuelve eterna y punzante a través de voz enclaustrada de C.D. o de palabras que saltan, juguetonas, desde las páginas de un pequeño gran libro: «Poesía con los jóvenes». Contra todo pronóstico, el uruguayo no les dibuja a esos adolescentes un óleo amable de la vida, una visión positiva de lo que les aguarda en ese horizonte que ese chaval sigue, sí, oteando desde el ventanal envejecido. Les cuenta, aquí con más voz de anciano que de poeta, que sus esperanzas quizás mueran por culpa de ese sobre/nómina mezquino que recibirán y que no dará abasto para la vida y solo para la supervivencia; que cambiarán, moldeados por la rutina, e irán dejando, lentamente, pedazos de existencia en sórdidas oficinas en las que el tiempo se les irá escurriendo rápida e inconscientemente, como cristalina agua de entre los dedos; que tendrán que pelear duro para acariciar -y conservar- el amor que dará –o no- sentido a sus días recién puestos de largo y que, un día, aún sin haberse mudado en viejos, se sentirán como tales, ante la inminencia de su insoslayable otoño…
Contigo mismo
El sisado préstamo de vuestros hijos
26/01/16 0:00
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