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Al secretario del Congreso se le quebró la voz cuando, tras cuatro años con gobierno interino y ocho elecciones generales, exclamó: «¡Fumata bianca! ¡Habemus Presidente!». Mary Poppins, metida a diputada, que ejercía en el Parlamento de niñera, alzó su voz para reconvenirle: «Estamos, sr. Secretario, en un estado laico y, consecuentemente, las expresiones por usted utilizadas no son adecuadas». El aludido le hizo un corte de mangas –muy propio ya en el lugar- y proclamó el nombre del elegido: Chiquito de la Calzada. Cuando se le preguntó por lo de su elección, el humorista se contentó con manifestar que no tenía ni idea de lo acaecido y que él, simplemente, había pasado por ahí… «Andaba por la Carrera de San Jerónimo –confesó-. Quería contemplar a las leonas que, recién esculpidas, sustituían a sus compañeros machos y de pronto oí un griterío… Me acerqué a la entrada y un guardia civil, que le estaba cambiando los pañales a su hijo, tras saludarme de forma harto viril y dedos un tanto embrutecidos, me dejó pasar. Supongo que me confundió con un diputado… ¡Y ya ve…!».

En el Congreso, Llongueras, el peluquero, diputado igualmente electo, no daba abasto; otro permanecía en su escaño con compresas para visualizar que él sí se tomaba su trabajo en serio y que no malgastaba su tiempo ni para ir a orinar y una comparsa gaditana solicitaba a la Presidencia si entraba ya o no a tocar una chirigota que le habían puesto ellos mismos a huevo… Sus señorías llevaban cuarenta y ocho meses haciendo quinielas y proponiendo métodos varios para llegar a un acuerdo. Lo habían intentado todo, hasta consultar a Lola, la pitonisa… La Osa (el Oso había sido desterrado) y el Madroño (ese aún sobrevivía), mientras tanto, intentaban inútilmente escapar de Sol, avergonzados. Y un comando de Carmena colocaba una peluca al emblemático tío Pepe de la plaza de marras…

Cuentan que unos cuantos diputados habían perdido el seso (lo que para algunos era muy improbable, por razones obvias) y que, tras tanto cambalache enloquecedor, se dedicaban a intercambiar cromos… Del «yo te cedo algunos sillones y tú, ya sabes…» se había pasado al «te cambio el de Messi por el de Ronaldo»… Confiesan, igualmente, que uno de los momentos álgidos se registró cuando muchos quisieron imitar al de los pañales en cuanto a lo de las visualizaciones: una señoría llegó al Congreso en pelota picada para demostrar que no tenía nada que ocultar y otro, disfrazado de conejo, para indicar, y muy a las claras, que era vegetariano… Un tercero optó por llevar colgado al cuello un diploma para evidenciar que no todas sus ilustrísimas eran iletradas y un cuarto de compás, por lo de los círculos podemistas
¿Y lo de Chiquito?

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Los historiadores lo supieron con el devenir de los lustros. Exhaustos, cansados, jorobados, viscerales, intolerantes, rendidos, sus señorías habían optado por una novedosa y revolucionaria fórmula para la elección del presidente. Se había propuesto –y aceptado por mayoría absoluta- que se elegiría al primero que entrara en el hemiciclo… Y es que, Chiquito, efectivamente, en esos momentos, pasaba por ahí…

Cotillean que, siguiendo con la tradición elaborada, Chiquito juró, no por la Constitución, sino «por la gloria de mi madre» lo que, visto lo visto, supuso un avance en lógica, decencia y humanidad…

E insisten en que dimitió al cabo de dos semanas. Aunque su paso por la Carrera de San Jerónimo le inspiró punzantes e hilarantes monólogos con los que acabó triunfando en La Chocita del loro de la Gran Vía madrileña…

Y aseguran que, durante esos meses de vacío ejecutivo, muchas madres proletarias de veras solicitaron una plaza en la guardería del Congreso y que no se la concedieron; que esa petición se unió a otras y muy variadas. Eran los lamentos de quienes, mientras el poder andaba por carril opuesto, vivían una dura existencia que tenía, ciertamente, muy poco de chirigota…