Cuando, anualmente, explicas a tus alumnos el noventayochismo te preguntas –mirándolos- si las cosas han cambiado o seguís con una España, en terminología machadiana, aún vestida de Carnaval, «pobre y escuálida y beoda…». Si sigue siendo, este, un tiempo de mentira, de infamia. Si quienes han gobernado o gobernarán, consciente o inconscientemente, continuarán aferrados al oculto anhelo de que la mano no acierte con la herida. A saber: que la ciudadanía no sea jamás consciente de la enfermedad que la aqueja y, aferrada a circos varios, no vea, como urgente, el abandono de la visceralidad, del cainismo y el deseo de regeneración. El mismo que sintieron Machado, Baroja, Unamuno… Pero a ese temor unes otro, aterrador: ¿sentirán vuestros jóvenes, como aquellos adolescentes del 98, la necesidad de «montar (…) en pelo una quimera»? ¿Querrán ir en pos de su particular utopía? ¿Intentará un alba entrar en el fondo de sus sueños? ¿Deambularán con la luz de las divinas ideas? ¿Será su lema, todavía, el de «el hoy es malo, pero el mañana… es mío»? ¿O, al igual que los adultos asedados con fútbol y cotilleos de cama, perpetuarán, con su inacción, la España de la intolerancia?
Contigo mismo
Robar a un adolescente
09/06/15 0:00
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