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Alo largo de la semana, medios de comunicación e instituciones se han volcado en el contenido relacionado con el Día de la Mujer, fecha a la que apenas se hace una referencia real, histórica, ya que lo que está de moda es aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid para meter en el mismo saco asuntos como el racismo, la xenofobia e incluso la transexualidad. Aquí hablamos de derechos laborales de mujeres. Punto. Da igual si la mujer es negra, blanca o indígena guaraní. Si es mujer y trabaja, esto va con ella. La confusión es tal que si trasteas en Google el origen de la efeméride nadie se pone de acuerdo, si fue el 8 de marzo de 1857 o el de 1909, pero sí coinciden todas las fuentes en que las damas de aquel tiempo ya protestaban por su extensa jornada laboral, bajos salarios, precarias condiciones de trabajo y las diferencias respecto a los hombres. Hoy, sobre el papel, la igualdad es oficial. Mismo trabajo, mismo salario, seas hombre o mujer o cualquiera de los estados intermedios. En la práctica no lo es. Porque la mujer arrastra consigo el tema de los cuidados como un bolso pesado del que no puede -muchas veces no quiere- desprenderse. Embarazos, crianza, los enfermos en la familia, padres o abuelos ancianos, dependientes… todo a su cargo, además de las interminables tareas domésticas. Si eres madre, aún te caerá un trabajito extra sin remunerar: coser disfraces, construir maquetas, ayudar a los niños con los deberes… estupideces que los maestros crean para torturar a las familias, ya suficientemente cansadas. Así que quizá el objetivo hoy sería reivindicar un sistema público de cuidados o pagar generosamente a cada mujer que decida cambiar su vida laboral por la familiar.