A Billy Wilder, a C.C. ‘Baxter’, su mejor criatura… Porque te enseñaron ambos –director y protagonista– , en «El apartamento» (1960), cómo la corrupción más absoluta puede ser sanada por la fuerza arrolladora del amor….
A Jesús T., amigo y cinéfilo, que te descubrió infinidad de matices de la cinta que no habías percibido en un principio…
En la película, Wilder narra la historia de un oficinista que cede su apartamento a sus jefes para que puedan mantener en él encuentros extramatrimoniales, en la esperanza de que, como contrapartida, estos le promocionen. Un empleado al que le importa un carajo su dignidad con tal de alcanzar la meta que se ha propuesto. Un administrativo que renuncia a ser lo que un vecino –el doctor Dreyfus– califica de verdadero ‘hombre’. Moraleja que se podría aplicar a vuestra clase política actual, dispuesta a lo que sea con tal de mantenerse en el poder y seguir gozando de los privilegios que este conlleva... Aunque esa actitud implique la pérdida de la honorabilidad, el abandono de los principios ideológicos e, incluso, la humillación… En Waterloo saben de eso y de un terrorista condenado dinamitando la Soberanía Nacional… Sería ejemplarizante y ejemplar, por tanto, que algún destacado cargo público acabara por hacer lo que hace Baxter en el film: vocalizar un contundente «No». O dimitir. ¿Se imaginan a ‘vuestro’ Fiscal General tirando la toalla? Trabajo no le faltaría. Por ejemplo, en una tienda de telefonía, dada su probada habilidad en el borrado doble de contenidos... Aunque –la verdad– prefieres seguir contando con la amabilidad de esa dependienta que –ganándose honestamente su sueldo– te atiende para subsanar cualquier avería de tu viejo móvil. ¿Cómo se acuesta uno –un referente de la cosa pública– a sabiendas de que ha estado dispuesto a todo con tal de seguir en su status? ¿Cómo se mira uno al espejo? ¡Tal vez como se miran los protagonistas del film de Wilder: en un espejo roto! ¿Habrá algún obrero inculpado que pueda gozar de la ayuda de la Abogacía del Estado, por ejemplo? ¡Cuánto rigor para con el humilde y cuanta vergonzosa dejadez para los poderosos!
Estás cansado. Cada día, como en una pesadilla eternamente repetida, te levantas con lo que toca ese día, con el «argumentario» que te vomitan las televisiones más o menos controladas. Y estás a punto de vomitar cuando –y es solo un ejemplo– contemplas a un tal Patxi aplaudiendo al Número Uno, como un teleñeco, enfervorizado, desmadrado. Ese lendakari a quien en su día admiraste, el que se sustenta, ahora, en los herederos de los asesinos de sus compañeros. Sus, sí, compañeros... Ojalá Patxi acabe siendo Jack Lemmon y pueda mirarse finalmente en el espejo roto que aparece, como símbolo inequívoco de la deshonra, en la obra de Wilder. Y puestos ya en faena, hablemos del Sueldo Mínimo Interprofesional. La cuestión no es la planteada. Los diputados y senadores deberían ser modélicos. Personas a imitar. Pero se quedan en las palabras ultrajadas. ¿Modélicos? ¡Pues ándele –como diría Cantinflas– que sus Señorías –y te importa poco su color– pasen a cobrar, ya, y únicamente, el SMI! ¡Que entiendan, así, al obrero! ¡Que sepan que, en ocasiones, es difícil poder pagar un café, en un bar, a fin de mes!
Si sus señorías percibieran solo el SMI, el Congreso y el Senado se quedarían vacíos… La mayoría más aplastante… Se lo propusiste a un político amigo tuyo, políticamente relevante... Le dio un ataque de risa. Y casi se te murió en plena calle.
¿Verdades?
Que a quien os dirige, usted y tú le importáis un carajo… Y que, jamás, ese ‘quien’ hará lo de Baxter: negarse a dar una llave, ceder su apartamento…¡Por favor, vean la película! ¡Ojalá Baxter fuera vuestro Número Uno!