Comunicar no es informar, y comunicarse no es informarse. Son dos verbos totalmente distintos, como croar y digerir, por ejemplo, que si bien pueden tener algún parentesco, es muy lejano. Si a mí me pica un mosquito, o incluso un escorpión, no hay duda de que se está comunicando conmigo, pero no me informa de nada. Salvo precisamente de que me ha picado. Si yo me pongo una camisa a cuadros, o una pulserita con los colores de la bandera, sólo con eso ya estoy comunicando, pero hay que ser muy tonto para llamarlo información. O desinformación, da igual. Más aún. Una cosa es la información y otra la cháchara.
Son cosas que no tienen nada que ver, y sin embargo, hay cada vez más gente empeñada en confundirlas. Sobre todo desde que se inventaron, con rango científico, las ciencias de la comunicación, y se empezó a llamar, en general, medios de comunicación a cualquier cosa que emita mensajes, y comunicador al emisor, aunque esté croando o haciendo publicidad de belleza y moda. Con el resultado de que la era de la comunicación es ya la de la desinformación. Y eso lo sabemos porque los medios de comunicación llevan años repitiendo que la desinformación es el gran mal de nuestro tiempo. ¿Cabe afirmar que a más comunicación más desinformación?
Cabe, vaya si cabe, y aunque explicar a estas alturas que comunicarse no es informarse sea una simpleza, alguien tenía que decirlo. Yo llevo más de una década refunfuñándolo. Porque menuda tabarra nos están dando, políticos, sociólogos y comunicadores, con el cuento de la desinformación. No solo en los medios digitales, sino en general. Y qué esperaban. Para qué si no hace décadas que sustituimos los medios de información por medios de comunicación, y los periodistas por comunicadores. Para que quien quiera informarse se informe, y quien no, que se comunique. En serio, jamás fue tan fácil informarse exhaustivamente de cualquier cosa, y al instante, sin necesidad de largos viajes en mulas o meses rebuscando en remotas bibliotecas. Lo que pasa es que la mayoría prefiere no hacerlo, les da grima estar informados, les aburre, creen que eso perjudicaría su afán de comunicación. Y ahí tienen razón. Pues bueno, ya lo ha dicho.