Preferí no escribir sobre Valencia. Cuando ocurrió la tragedia, los periódicos, las televisiones, las radios y las redes explicaron lo sucedido. Hubo testimonios, tertulianos con opiniones claras, analistas... Las dimensiones de los daños materiales aún hoy no han sido cuantificadas. La profundidad de las secuelas psicológicas en los supervivientes son imposibles de prever. Ante la enormidad de una situación que me ha dolido, me callé en público.
Se lo comenté a mi amigo, el escritor valenciano Ferran Torrent: «No tengo palabras». Sin embargo, las palabras de otros han servido de revulsivo para dejar un silencio que solo era estupefacción desolada. El testimonio de dos personas, ambas escritoras, me han impulsado a escribir sobre Valencia.
La primera persona fue el propio Ferran Torrent. En una entrevista vía on line a TV3 explicó cómo estaba. Ferran lo ha perdido todo: su casa era una planta baja que había convertido en hogar durante cuarenta años. Se ha destruido por completo. Lo que le quita el sueño es la realidad de sus vecinos, las muertes y los dramas vitales. Con la franqueza que le caracteriza, confesó que vivía impulsado por la energía de la supervivencia pero que no podía imaginar cómo estaría cuando le diese el bajón, ni cuán dura iba a ser la caída. Incluso afirmó que ignoraba si podría volver a escribir nunca más.
Santiago Posteguillo, por otra parte, participaba en una conferencia en el Senado sobre la importancia de Hispania. Dirigiéndose a los senadores, hizo un paréntesis para explicar cómo vivió la tragedia en Paiporta: sus tres días de horror cuando fue testigo de que los vecinos no recibían ayuda alguna, víctimas abandonadas a su suerte por las autoridades. El vídeo de Posteguillo se ha hecho viral: son diez minutos de narración magnífica. Con voz serena, sin ahorrarse ningún detalle, relata cómo sucedió todo. Su voz es una defensa del pueblo desvalido, olvidado por unos gobernantes que le dejan morir sin tenderle la mano.