En los últimos siglos no ha sido común, en las tradiciones religiosas, incorporar errores y faltas en las biografías de sus jerarcas y de sus santos; al contrario, sus semblanzas eran presentadas como «vidas ejemplares».
No siempre fue así: diez siglos antes de Cristo, el rey David confesó abiertamente su pecado (2S 12,13) y, en el siglo IV después de Cristo, San Agustín confesó sus yerros en su autobiografía titulada precisamente «Confesiones».
Más vueltas le estoy dando todavía a la presencia de la risa en la tradición religiosa judía. Son muchos los chistes de los fieles del judaísmo que tienen a Dios por protagonista, algunos de ellos muy sibilinamente críticos con la divinidad. En el primer libro de la Biblia, el Génesis, se lee el caso de Sara, esposa de Abraham, que dice: «Dios me ha hecho reír; todo el que lo oiga reirá conmigo» (Gen 21,6). Woody Allen quiso traducir así un viejo proverbio yiddish: «Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes».
Reincorporemos lo antiguo si es bueno. Saludable resultaría, en el seno de las tradiciones religiosas, la admisión sensata de la propia vulnerabilidad y la admisión de la risa entre las virtudes; ojalá en los textos de teología, en los libros de piedad, en las prédicas y en los twitters testimoniales se introduzcan más dosis de realismo humilde y más dosis de humorismo tonificante. Así sea.