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Si el PSOE es un partido que lucha contra la corrupción y Sumar es otra formación política que se define como feminista por encima de otras consideraciones, no podemos extrañarnos que representantes de estas mismas siglas hayan descrito a Arnaldo Otegui como un hombre de paz.
Ese es uno de los muchos comentarios más o menos jocosos, aunque con cierta lógica, que han circulado por las redes sociales estos días a propósito de la incontinencia sexual de Íñigo Errejón, hasta incurrir en abusos y agresiones a mujeres que ahora lo denuncian. Se trata, curiosamente, de ese mismo adalid del feminismo que, con su verborrea supuestamente inteligente de profesor universitario sobrado y «progre», fue una de las columnas fundacionales de Podemos y más tarde, fichaje estelar de Yolanda Díaz. Así han acabado él y la mayoría de sus compañeros en menos de un decenio, el mismo final que se adivina en la agrupación urdida por la singular política gallega.

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Lo sucedido con el hombre que tiene cara de niño ejemplariza el comportamiento fariseo de los partidos que se apropian de conceptos como el progresismo, la igualdad social, la diferencia de clases o el techo de cristal, y hablan del machismo de los jueces o el lawfare hasta sumarse a la condena popular obviando la presunción de inocencia, como sufre ahora Errejón.

Esas mismas formaciones, sin embargo, las mujeres y hombres que lapidaron al expresidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, por su impresentable actitud en la entrega de trofeos del mundial femenino de fútbol, no se han lanzado a degüello del político de Sumar ni una milésima parte de como lo hicieron ante el trasnochado federativo tras darle «un piquito» a una futbolista. Es un ejercicio de hipocresía que solo se explica por la filiación y procedencia del sujeto. Si hubiera sido de la derecha lo entierran.