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En los últimos tiempos, hemos asistido con cierta perplejidad a una creciente tergiversación de la historia relativa al descubrimiento y colonización de América. Este fenómeno ha sido particularmente notable en las declaraciones de algunas autoridades mexicanas, concretamente, el anterior presidente Manuel López Obrador y la actual presidente Claudia Sheinbaum, quienes, basándose en una reinterpretación sesgada de los hechos, buscan distorsionar el papel de España en aquel proceso histórico, trasladando al presente las culpas y prejuicios propios de un contexto histórico que no se puede juzgar con los mismos parámetros del siglo XXI.

Aun siendo comprensible que existan tensiones al abordar cuestiones históricas tan complejas, no se puede permitir que esta manipulación sea instrumentalizada con fines políticos, ni que se falsifique la verdad en nombre de intereses coyunturales. En España, desde la llegada de Zapatero y ahora con Pedro Sánchez y con una oposición acomplejada, ya estamos acostumbrados a ello con la ley de Memoria Histórica y democrática.

Sin embargo, lo que más debe lamentarse es la pasividad cómplice del propio Gobierno de España, que parece haber asumido esta narrativa errónea con una inquietante falta de reacción, tal vez por no incomodar a sus socios de gobierno más radicales, incluyendo a la extrema izquierda y ciertos separatistas.

Pero para abordar con rigor la cuestión que nos ocupa, es necesario empezar recordando cómo estaba estructurada la administración del Imperio español. Lejos de lo que algunos pretenden, no se trataba de un sistema colonial en el sentido clásico de dominación y explotación que luego aplicaron otras potencias europeas. Los territorios americanos, bajo el dominio de la Corona española eran considerados parte integrante del Reino, organizados en virreinatos, capitanías generales y provincias, con una clara jerarquía y una estructura administrativa que respondía a los principios de cohesión y unidad. Formaban la España de ultramar.

Catedral Metropolitana de la Ciudad de México fundada por los españoles en 1573

A menudo se cae en la falacia de presentar a México, y también Argentina como colonias explotadas. Esto revela una falta de rigor histórico y mucha mala fe: pues antes de la llegada de Hernán Cortés en 1519, no existía un México como nación, ni mucho menos como entidad política unificada.

Durante los siglos en los que estos territorios formaron parte de la Monarquía Hispánica, no se trató de una relación de explotación, sino de un esfuerzo común en el que las ciudades, infraestructuras, y sobre todo las instituciones educativas y religiosas, reflejaban los mismos principios que regían en la península. Fueron los españoles quienes fundaron ciudades que hoy son patrimonio de la humanidad, como Puebla, Guadalajara, o Ciudad de México, entre otras muchas. Estas ciudades nunca fueron enclaves coloniales, sino prósperos centros de cultura, comercio y administración, donde se erigieron catedrales, universidades y hospitales que aún hoy son símbolos de civilización.

Quiero insistir. En 1551, apenas unas décadas después de la llegada de los españoles, se fundó la Real y Pontificia Universidad de México, una de las instituciones académicas más antiguas del continente, y que en otras partes del imperio, como en Lima o Buenos Aires, también se crearon universidades y hospitales que ofrecían servicios tanto a «indígenas» como a colonos. Recomiendo a Irene Montero y sus acólitos que se apunten a un curso acelerado de historia de España, en especial la de los siglos XVI, XVII y XVIII, para dejar de decir tonterías.

Resulta totalmente falso afirmar que España colonizó a un México preexistente. Lo que ocurrió en realidad fue que el territorio, de lo que hoy es México, se integró en la Monarquía Hispánica y formó parte de ella hasta las guerras de independencia. Los nuevos estados surgidos de estos procesos no fueron una restauración de antiguas entidades, sino creaciones nuevas.

Reitero una vez más, llama poderosamente la atención que otro de los aspectos más olvidados en las narrativas actuales es el vasto legado cultural y material que España dejó en América. Las catedrales son un testimonio del profundo impacto que España tuvo en la arquitectura y el arte de la región; también instituciones académicas, como la Universidad de San Marcos en Lima (1551), o la Universidad de México, fueron verdaderos faros de conocimiento en el continente; además, los hospitales fundados por órdenes religiosas españolas, como los franciscanos o jesuitas, fueron pioneros en ofrecer atención médica a una población diversa.

Lo más lamentable de esta situación, es ver cómo el actual Gobierno de España no solo ha sido incapaz de defender la verdad histórica, sino que ha optado por mirar hacia otro lado. También la extrema izquierda y los separatistas, representados por figuras como Gerardo Pisarello, Irene Montero o Baldoví, han jugado un papel destacado en la adopción de estas falsificaciones históricas, ya sea por ignorancia o por mala fe, o quizás por ambas razones a la vez.

Así las cosas, solo con una revisión objetiva y rigurosa de los hechos podremos preservar la verdad histórica y defender el honor de una España que, durante siglos, fue un crisol de culturas y una fuente de civilización en el Nuevo Mundo. En conclusión: México nunca fue colonia. México fue España; como lo era Castilla, Aragón, Cataluña, Asturias...