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El Memorial del 11 de septiembre, en Nueva York, construido en la Zona Cero donde un ataque terrorista destruyó las torres gemelas es, o se aproxima en gran medida, a la perfección de lo que representa un homenaje permanente a las 2.977 víctimas de aquel atentado terrible de Al Qaeda que todos recordamos.

Dos enormes piscinas horadadas en el lugar exacto de las ‘Twin Towers’ del World Trade Center, en la ciudad que nunca duerme, contienen alrededor de las dos cascadas los nombres inscritos de todas las personas que perdieron la vida aquel día del año 2001.

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No es esa evocación gratuita al aire libre, sin embargo, la única muestra a la vista de un pueblo que ha priorizado los cimientos justos para que nunca se olvide aquella barbarie. Apenas unos pasos más alla del Memorial se encuentra el Museo del 11-S. Descender los 21 metros bajo tierra donde se encuentran las salas que lo forman es revivir imágenes tristemente familiares en el imaginario real del planeta. Aparecen centenares de objetos representativos de los atentados, pilares de acero de las torres gemelas, cascos de bomberos, un camión quemado y quizás miles de enseres personales de hombres y mujeres que ya no están en este mundo.

Lo más emotivo es el audiovisual que subyuga al visitante y, especialmente, los plafones en los que se puede buscar por orden alfabético a cualquiera de las víctimas para descubrir quién era, de dónde era, qué hacía allí aquel día y los datos que se han podido recopilar de su existencia hasta aquella fecha.

En España todavía siguen sin resolverse 379 asesinatos de la banda terrorista ETA a inocentes. Hoy su apéndice político es socio del gobierno del país mientras en Euskadi, sin hacer demasiado ruido para no inquietarlos, se van colocando plaquitas en Vitoria, Bilbao y San Sebastián en recuerdo de las víctimas inocentes de aquella sinrazón. Una gran diferencia entre lo hecho en EEUUy lo que hacemos en este país para que nada quede en el olvido.