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Bueno, pues ya casi se ha echado el verano, como aquel que dice. Ha sido tranquilo, ¿no? Hombre, es verdad que a pesar de la maldita borrasca y de ser un verano de estos tiempos que ya anunció Chesterton cuando profetizaba que «Llegará un momento en que habrá que desenvainar la espada para decir que la hierba es verde». La verdad es que hasta podríamos decir que un verano relativamente fresquito este. No será porque no se haya insistido en cada «ola de calor» que ha pasado por aquí, pero se ha hecho con tal regularidad que recordaba el plácido compás de las olas, las de verdad. Vamos, que se han visto veranos peores.

Tal vez sí que haya habido algún que otro calentón en el «estado mayor de la envidia» que no puede con lo de los barquitos y se ve sobrepasado por la intensa sensación térmica de masificación que le ha llevado, precisamente en masa, a las calles en lugar de a las playas. No es mala solución, para aliviar un poco a nuestros arenales de tanta sombrilla y toalla, esta de incluir un par de días feriados consagrados al colapso de los centros urbanos, el asambleísmo y el envío de mensajes incendiarios a las redes sociales. Ya nadie desconoce la importancia de negar el negacionismo e impedir que cada uno piense lo que le parezca. Si no se combaten estas cosas con el debido vigor, podríamos vernos dando la razón a quienes afirman que todo esto del calentamiento se debe al exceso de presión con el que están operando las calderas del infierno allá abajo.

Desde luego, no existe concepto más hedonista, autocomplaciente y acientífico que el de la sensación térmica. Por mucho que en su formulación se utilicen conceptos tan sorprendentes como el «índice de indumento» (puede sonarle impresionante pero no es otra cosa que la indumentaria que lleve puesta cada cual: la cantidad de ropa, vamos), el «índice metabólico» (como de otras cosas cada cual tiene el suyo: metabolismo, claro) o la misteriosa y polifónica «temperatura de bulbo negro» (¿tendrán algo que ver los tulipanes?) que para mayor claridad también se conoce como «temperatura radiante media». Mezclando todo esto con una «opinión media estimada» (que esperemos no sea proporcionada por el CIS) que la normativa española denomina ni más ni menos que «voto medio estimado» (no hay quien nos gane a demócratas a nosotros) se obtiene mediante sesudos cálculos ni más ni menos que lo que usted y yo ya sabíamos antes de empezar a hablar, que para gustos se hicieron los calores.

Pues poco más o menos, y con idéntica arbitrariedad, se determina este alarmante «índice de presión humana sobre el territorio» que, calculado con amplias dosis de «Odium Humani Generis», a algunos cabalistas concienciados les ha arrojado el resultado de una masificación galopante. Que las playas estén llenas en agosto es tan normal como que haga calor en este mes consagrado al Divino Augusto, ni más ni menos. Y el problema de la vivienda, que ese sí que es un problema, por su parte, tiene bastante que ver con el hecho de seguir con los mismos partidos, directrices y proyectos políticos que nos condujeron a la crisis de la burbuja inmobiliaria y    a que continúen, con sus desmesuradas exigencias regulatorias, impidiendo que se construya una sola casa normal a precio normal en su sacrosanto territorio.