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Agosto os ha regalado una España asedada. Un tiempo propicio para que quienes la dividían, la utilizaban o la alteraban reflexionen. Te refieres a la clase política que padecéis… Una clase, sin embargo, poco propicia al autoanálisis reflexivo y sí a mirarse el ombligo. A quienes dicen representaros les recomendarías, en el remoto caso de que optaran por hacer un examen de conciencia, que lo hicieran escuchando música, por aquello tan manido de que ésta amansa las fieras (¡ha habido ciertamente mucha fiereza en el pasado año!) y, por otra parte, es el lenguaje internacional por excelencia, ese que, sin palabras, aplaca los nervios, ensancha los corazones y hace brotar lo mejor de cada individuo. Y ya puestos, les aconsejarías la banda sonora de «La misión» (¡bravo Ennio Morricone!) y, concretamente, «El óboe de Gabriel». Probablemente esas notas les harían recordar las escenas finales de la película, en la que dos misioneros  deciden dar sus vidas en defensa de los indígenas en Iguazú.

Tal vez así, vuestros «políticos» entrecomillados se sorprenderían al preguntarse: «¿Soy diputado porque verdaderamente quiero ponerme al servicio de los ciudadanos o más bien por cuestiones de orden estrictamente personal? A saber: poder y dinero. Los españolitos de a pie conocemos perfectamente la respuesta. La prueba de lo anteriormente dicho estaría en el hecho, difícilmente cuestionable, de que en el primer año de legislatura no se ha atendido a ninguna o a casi ninguna necesidad real de los pobladores de eso que da en denominarse vuestro país y que está siendo lenta, sutil y férreamente descuartizado por el interés de un solo hombre…

Para ese análisis el político podría, además, patearse las calles, entrar en comercios y bares, en geriátricos, etcétera, quebrando su urna de cristal, para conocer las cosas que no entienden sus administrados. Lo que no entienden y lo que les irrita…

Cosas como:

1.- ¿Es realmente democrático que el partido menos votado tenga cogido por los «cataplines» a las mayorías?

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2.- ¿Es lógico que el Fiscal General del Estado esté a las órdenes de su «puto amo» y carezca de independencia en el ejercicio de sus funciones?

3.- ¿Es lógico que existan dos tipos de justicia: la del españolito normal y la del poderoso? ¿Podrá el primero gozar, a la postre, de ese perdón ignominioso que le otorgará al segundo un pretendido Tribunal Constitucional teledirigido y dedicado a funciones que no le son propias?

4.- ¿Tiene dignidad aquel que antepone la disciplina de partido a su conciencia?

Ante tanta sordidez, ya no el político, sino vosotros, os inquirís: ¿quién salva, pues, a un país? Puede que los padres que acogen a su hijo en paro y sin vivienda. O esos abuelos sin los cuales los progenitores de sus nietos no podrían trabajar. O esos enfermeros que, a pesar de ver mermadas sus condiciones, ven en el enfermo a un ser humano y no un número de afiliación… O… Pero no la clase dirigente. Esa no nació para servir, sino para ser servida… Si hubiera dependido de ellos, los indígenas de Iguazú se habrían quedado solos. Ayer fue Iguazú. Hoy, Venezuela. ¿Mañana?