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Sin hacer ruido, acompañado por Valnea y su hijo Franco, el otro, Guglielmo llegando de Ginebra, nos ha dejado Mario.

Nacido en Ostuni en el sur de Italia un 28 de agosto de 1934, estaba a las puertas de cumplir 90 años. Hay constancia gráfica en nuestros partes semanales de que hace dos semanas aun andaba subido a un andamio completando la quinta de las salas que como legado nos deja en el viejo Hospital Naval Británico de la Isla del Rey. Con buenos apoyos, pero con su imaginación y sus manos al frente, había diseñado unas ruecas para convertir el carritx de nuestros humedales en cuerdas para barcos. «El Américo Vespuccio -nos repetía- lleva 14 kilómetros de cuerda en sus aparejos». Acababa esta sala, tras las dos dedicadas al hundimiento y posterior cuidado de los náufragos del acorazado «Roma» en septiembre de 1943 que organizó en la planta baja; y en la superior, donde intentamos plasmar la vida de nuestro Puerto, una dedicada a la vida de las pequeñas embarcaciones de vela y remo, otra a los mestres d´aixa y esta tercera que dedicaba al calafateo, la herrería, las velas -habíamos conseguido unas del Juan Sebastián de Elcano- y esta última de cordelería.

¡Queda su obra, que era su vida entre nosotros!

La Italia que quería y por la que sufrió, le había concedido recientemente el título de Comendador de la República, título mas que merecido. Porque llevó siempre en su alma a su Patria, materializada en volcar su pasión en el recuerdo de unos jóvenes marinos involucrados en una guerra que no comprendían y que un día arribaron a nuestro Puerto, -como decía Mario- «no es que no tuvieran ropa, es que no tenían piel». Porque ciertamente los alrededores del «Roma» hundido por la aviación alemana entre Córcega y Cerdeña, eran un mar de fuego.

Mario nos llevó a Alghero y a Puerto Torres, cerca de la tragedia en el Golfo de Asinara. Allí rezamos por los casi dos mil fallecidos tras el bombardeo que afectó a otros dos barcos; allí comprobamos que ni siquiera había cementerios en sus costas para darles digna sepultura. ¡Así es la guerra!. Solo en el cementerio de nuestro Mahón reposan 26 de ellos, que las manos de los médicos y las religiosas del entonces Hospital Militar no llegaron a tiempo a curar, lo que sí consiguieron otros tres centenares de compañeros. Y Mario nos llevaba año a año, a rezarles ante el monumento de nuestro Cementerio. Y buscaba datos para dar nombre a dos desconocidos, náufragos irreconocibles por la crueldad de sus heridas.

Parece que todo se va con Mario, pero el legado de su memoria no se desvanecerá nunca.
El próximo domingo en la Capilla de San Carlos del Hospital de la Isla del Rey (*) con la sencillez que él quería previendo su tránsito, le despediremos, aunque para los voluntarios, Mario nunca se irá de nosotros.

(*) Domingo 4 de agosto. Catamarán Groc a las 9 y lanzadera desde Fontanillas a partir de las 10 horas).