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«Un profesor trabaja para la eternidad: nadie puede decir dónde acaba su influencia»

Anónimo

No sabes si es una apreciación personal. Puede que no. Observas tu entorno y solo vislumbras a gente enfadada. Y la entiendes, a esa gente… A X le ha fallado el móvil y cree que no puede vivir sin él. La angustia arrecia. Alguien se muere en un hospital y su móvil le importa un kínder y parte del otro. ¡Cómo os falle el ‘wifi’! Alguien irá a la tienda de turno y la cola se le hará eterna. Las ‘comas’ y los ‘puntos’    mueren en los mensajes de ‘Whatsapp’ que suplen la calidez de una voz. No es lo mismo teclear que escuchar esa voz, sí. La voz te dice si se miente o no. Si te necesita o no. Y si has de coger un coche o no. Para socorrer. O dar, simplemente, un abrazo. Tú lo tienes chungo porque tus piernas te han sajado tu libre albedrío. Pero aun así qué placer oír la voz de quien amas…

La gente está enfadada y con razón. Porque a esa gente le robaron infinidad de valores. Muchos padres y muchas madres se encuentran en la tesitura de cómo educar a sus hijos. Les hablarán de valores, de la palabra dada, del amor, del trabajo bien hecho, de la honestidad, y una cadena televisiva arrasará lo hecho en cinco segundos…

La gente está enfadada, sí, y con razón, ante tanto cabroncete que ha llegado al poder e intenta perpetuarse en él…

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Estábamos en la barra de un bar. Alguien te preguntó por qué siempre los malnacidos ganaban la partida. Era una metáfora. Quien prescinde de conciencia hará lo que sea para conseguir sus objetivos. Quien vive con principios, no… Pero, a la postre, esos malnacidos no dejan huella alguna…

En ese mismo bar –esperas que no le moleste esa referencia personal– viste a la nieta de un gran profesor. De don José Cardona Mercadal. Si hay algo en ti de bueno se lo debes, en gran medida, a él. En una excursión a Monte Toro pidió a sus alumnos que se detuvieran. Os señaló una flor que sobrevivía milagrosamente al pie del camino. Frágil. De color azul violáceo. Os preguntó si la preferíais a ella o a una rosa. Erais jóvenes. Y un tanto imbéciles. Vuestra respuesta fue unánime: la rosa. Y, en su respuesta, emergió su grandeza: «Creo que os equivocáis: la rosa ha sido mimada, cuidad, loada por poetas. Esa pequeña flor, sin embargo, ha nacido y crecido sin ayuda alguna. Con las personas haced lo mismo. ¡Apostad por el débil!».

No hay día en el que no te acuerdes de esa enseñanza. ¡Qué luminosos profesores tuviste! ¡Qué maestros de la vida!

Cuando el otro día viste a su nieta lo viste a él. Su violín. Sus partituras junto a una ventana en la calle San Fernando. Su ejemplaridad.

Y en ese recuerdo existe la inmortalidad… La de dejar un buen recuerdo, un ejemplo de vida y el acto heroico de mejorar la tuya y empujar a intentar mejorar la de los otros…

¡Chapeau, don José!