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Cuando el votante no encuentra en el partido que vota lo que busca y desea, votará a otro partido. Eso es lo que pasó en las elecciones legislativas francesas que ganó el partido de Marine Le Pen, aunque en la segunda vuelta perdió quedando como tercera fuerza. La señora Le Pen andaba vendiendo la piel del oso sin haberlo cazado.

Las formaciones políticas, dentro de la ortodoxia que les caracteriza, se esfuerzan en darle al electorado lo que se ajusta a la política que promulgan, pero eso no siempre satisface al votante; de manera que el PP no hará una política de izquierdas ni la izquierda hará una política del PP, por más que en muchísimos casos eso les conduce a dejar de hacer lo que la ciudadanía demanda lo que conduce irremisiblemente a un cambio radical a la hora de votar. Los políticos deberían saber que «si no hay mata no hay patata». Si el votante ve que sus necesidades no son atendidas, empezará por escuchar a otra formación política. Fíjense en esos desconocidos que se hacen llamar «Se acabó la fiesta», que tuvieron 800.000 votos, liderada esa formación por quien no es un aval político consolidado sino más bien una incógnita preocupante a tenor del nombre que él mismo se ha ido creando a fuerza de nadar contra corriente.

Satisfacer siempre al votante va contra la naturaleza enmarcada férreamente en las señas de identidad de toda formación política. Claro que esa es un arma de doble filo porque la mayoría de los votantes, aunque escuchen lo que el político pregona, en el fondo lo que esperan es que atienda lo que pregona el votante, dualidad difícil de contentar. Ahí es donde una formación política se la juega. Ya dije lo de la patata, añadiré, por no decir lo mismo, aunque el significado es idéntico: «si no hay sardina, la foca no baila».   

No entra en mi forma de pensar que el oficio de político sea fácil. Quizá por eso nunca he comprendido a esos hombres y mujeres que siendo neófitos en el complejo engranaje de la política, van y se meten en esos trabajos como si eso fuera «pelos de cochino» que se pueden coger a puñados.

En Francia, y por eso en buena parte de Europa, se están preguntando qué es lo que la ultraderecha de Marine Le Pen ha hecho tan bien y qué es lo que el partido del presidente francés, Emmanuel Macron ha hecho tan mal.    En cualquier caso, los que saben de estas cosas hablan de «aviso a navegantes», o lo que para el caso también sirve: «cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar». En todo caso, pienso que el presidente Macron tuvo demasiada prisa en llamar a los franceses a las urnas cuando la formación de ultraderecha que preside la señora Le Pen estaba tan crecida. Lo que sucedió después no sorprendió a ningún politólogo medianamente informado. Lo que sí ha sorprendido ha sido el resultado de la segunda vuelta que por mucho que se diga a toro pasado, nadie lo esperaba.