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Quizás, a los que les afecta, se deberían empezar a replantear lo de defender con más insistencia a los verdugos que a las víctimas. A estas alturas de la película uno ya se ha dado cuenta de que ni todos los buenos son buenos ni todos los malos son malos. Que uno de los problemas que tenemos es el de generalizar, que es uno de los deportes favoritos en este país y que permite meter a todo el mundo en el mismo saco cuando en realidad se debería meter a un puñado. Y atarlo. Y tirarlo al mar.

Como ya hay quien habla de que somos un país de fango y de mentiras, la crispación no hace más que subir. A pesar de que aquí, en nuestra isla, estemos disfrutando de un verano que parece que tiene el calor limitado por imperativo medioambiental (hasta dentro de unas semanas, ya verás) la realidad que nos rodea es que hay mucha gente cabreada. Mosqueada. Enfadada en todos los sentidos y para todos los sentidos. Y hay quien aprovecha el hecho de que cuando nos enfadamos prestamos menos atención a otras cosas y, por tanto, estamos más permisivos ni que sea inconscientemente.

Ya lo dije hace unas semanas por aquí y lo pienso con total firmeza. Se ha tomado una deriva en la que parece que se siente más empatía por un criminal que por una víctima. Como si el contexto con el que ha crecido pudiera explicar, justificar y tolerar lo que hace. Y lo que es peor aún, aquello en lo que reincide. Porque cuando pasa algo singular y excepcionalmente es muy difícil encontrar a un culpable, pero cuando el hecho se repite, la culpa es del que lo ha permitido.

Y en esas estamos, enviando mensajes de que el problema es la justicia, que no nos gusta y hay que cambiarla por un puñado de votos o por el motivo que sea. Que si algún punto nos incordia, se modifica para que no chirríe, y la verdad es que lo que chirría es la cara de tontos que nos queda a aquellos que pensamos que no todo vale. Y ya no es la Amnistía catalana, es en general.

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La sensación que te queda es que es más importante amnistiar que hacer que se cumpla una condena, mientras se multiplican los errores en procesos que exoneran a culpables a un lado y a otro.

Lo último, un hombre interviene en un acoso de un grupo de tarados a una chica y, a los pocos días, ese grupo ataca y mata a aquella persona que ha hecho el bien en una situación en la que casi todos, cobardes, agacharíamos la cabeza. Y ahora el problema no es que una buena persona haya muerto, es proteger al máximo a los asesinos para que no tengan problemas.

Estamos más preocupados en quedar bien que en estar bien. Y así nos va. Y así nos irá. Tiempo al tiempo.

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