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«Españolito que vienes/al mundo te guarde Dios/una de las dos Españas ha de helarte el corazón»

Antonio Machado

Con un «érase una vez»  comienzan los cuentos. Esta frase preludia historias mecidas por la melancolía. Sentimiento que aflora en ciudadanos que conservan sus recuerdos y, desde ellos, observan vuestro indigerible presente… Porque hubo una vez un país que contaba con estadistas: Anguita, Suárez, Mellado, Tierno Galván y un largo etcétera. Y «once upon a time» una nación con partidos con los que uno podía estar o no de acuerdo, pero  que te ofrecían la serena certeza de que jamás cruzarían ciertas líneas… Habíais vomitado las dos Españas. Importaba solo el futuro y un futuro, por fin, en paz. Todo, a la postre, se reduce a amar… Hubo en 1978 gentes    con responsabilidad que edificaron con dignidad una España que no helará el corazón de nadie, porque esas gentes no pensaban en ellos, sino en sus nietos… En ellos y no en sostenerse permanentemente sobre el alambre del poder, como en cable de equilibrista. ¿Dónde están en la actualidad esos hombres buenos en esta tierra nuevamente goyesca de duelos a garrotazos? ¿A quién se podría nombrar hoy, con garantías de buen hacer, presidente de una III hipotética república? ¿A Rufián? ¿A Abascal? Por eso te quedas con Felipe VI, sin dudarlo…

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Los cuentos dan pie a grandes películas. Así, y parafraseando títulos, «Por un puñado de votos» hay quien, para sobrevivir, está dispuesto a lo que sea, incluso a dinamitar la democracia. Y es que, en este país, y gracias a poderosísimos medios de comunicación sumisos y al servicio de un único hombre, se os ha hecho creer que solo existe un «bueno» y que, como en el film de Leone, los otros son «feos y malos», «fascistas» todos. Para ese «bueno» no existe freno alguno. Se destroza sutilmente la separación de poderes; se ataca la libertad de prensa; se amenaza; se reparte desigualmente la riqueza entre autonomías a tenor de los intereses del «amo»; se retuerce la legalidad; se miente de manera continuada; se reeditan las dos Españas y, por ende, ocupados en esas tareas de ingeniería social, vuestros administradores se inhiben de lo que realmente os    preocupa. No sé si alguien que duerme entre cartones en la Gran Vía sabe de esas cosas… Ese alguien al que, por cierto, Ayuso debería darle una medalla y no a quien se la dio…

¿Dónde está Anguita? ¿Suárez? ¿Galván? ¿Mellado? ¿Dónde el PSOE? Ese PSOE al que uno votaba o no, pero con el que uno se sentía seguro… ¿Dónde hallar al senador Smith de «Caballero sin espada» (Capra, 1939), un político capaz de, en maratoniana intervención, defender con hermoso y ético ardor la democracia?

Son preguntas retóricas. No los busque. No los hallará. Vuestra democracia está siendo fagocitada por un hombre, por un puñado, sí, de intereses, por siete votos y por un seguir manteniéndose en el «alambre». ¿El público, el pueblo? El equilibrista no lo vislumbra desde sus alturas. Tan solo ve unos pies en una cuerda floja… Y a algún espectador particular, dependiendo de que este pueda ayudarle o no, en su enfermizo anhelo de no caer sobre la red…