Hace meses que distintos miembros del Gobierno lanzan mensajes del tipo «la economía va como un tiro» que recuerdan a la tristemente célebre «España está en la Champions de las economías mundiales» que pronunció Zapatero poco antes de que el mundo pasara a fundido en negro de la mano del crack de 2008. Por desgracia, todavía -dieciséis años después y una pandemia por medio- no nos hemos recuperado y probablemente no lo hagamos jamás. No quisiera ser agorera y parece que el milagro del turismo masivo puede salvarnos de la debacle total, pero ese mismo país que va como un tiro arrastra una deuda pública de 1,6 billones de euros.
La cifra tiene tantos ceros que es difícil escribirla. Y todo eso mientras abrimos la boca y el bolsillo para recibir el chorro interminable de millones que nos regala la Unión Europea porque considera que con nosotros, un país fallido, hay que ejercer la caridad. Lo llaman Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, bonitas palabras para decir que estamos en la ruina y nuestro sistema productivo necesita abrazar de una vez por todas -llevamos ochenta años así- la transformación indispensable para entrar en el siglo XXI. Lo que nunca entenderé es que un gobierno presuma de ello, de estar en una posición tan débil que se hace acreedor de las limosnas de los ricos. Porque detrás de ese tiro que es nuestra economía hay cifras espeluznantes, desde la pobreza (más del 26 % de la gente) al desempleo juvenil (28 %), el desempleo general (casi el 13 %), salarios medios de 1.300 euros con alquileres a mil… tanto que han tenido que poner el transporte público gratis para desahogar un poco a las familias. Pero desde la cúspide alfombrada de los despachos nada de eso se huele.