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La política nacional se ha convertido en estos tiempos en una especie de coitus interruptus y así estamos todos, al borde de la neurastenia, que es un trastorno muy irritante. Este juego de amagar, intentar dar, esquivar y responder, si se puede, con patadas en los escrotos, recuerda mucho ese tipo de lucha libre mejicana, entre enmascarados, donde casi todo está amañado. Así, por ejemplo, Núñez Feijóo se nos aparece como una mezcla cutre, más bien irrisible, entre Huracán Ramírez y Súper Muñeco, mientras que Santiago Abascal parece aspirar a las glorias que sostuvieron a Cavernario Galindo. Lo vimos en el debate sobre la ley de amnistía.

Un coito interrumpido, ya digo. Se aprueba la ley pero sin su puntito orgásmico, en espera del resultado de las alegaciones que interpondrá la parte necrófila de la judicatura, jueces y fiscales, y las comunidades autónomas donde desgobierna el Partido Popular; encabezadas por Madrid, claro, donde Díaz Ayuso no ha tardado ni un segundo en dejar a su líder con la palabra en la boca. Y un poco antes, apenas una semana, el reconocimiento de Palestina como Estado. Ya era hora, aunque si solo se queda en eso, aguantando la chulería y el matonismo del Gobierno israelí, estaremos ante otro amago, como el que ya hizo Pedro Sánchez cuando se retiró al Sinaí en busca de las tablas de la ley, con sus puntos y apartes, y se las dejó en el monte. Y ahora las europeas, unas elecciones que el PP, con su habitual amplitud de miras, pretende convertir en un plebiscito sobre el presidente. Todo muy irritante.