Con ciertas licencias, que salvan lejanías... Julio Camba escribió que no hay oficio tan parecido al de periodista como el de peluquero: «Ambos están en contacto con las cabezas más airosas de su tiempo, ambos precisan dominar el arte de la entrevista y ambos le dan un jabón a la gente…». También habló Camba, en su artículo del epígrafe [1920], que no había nada tan americano como una peluquería.
Aquí, uno entra y rápidamente se ve atendido por varios profesionales solícitos, que le invitan tácitamente a despojarse de la chaqueta, mientras sin expresarlo le proponen que aguarde en un asiento; por encima del respaldo, la percha… «Es Diari», acodado y expectante, a disposición, en una mesilla sobre la que en lo alto se observa una reproducción de «El vendedor de pelucas», en lo que fue una peluquería de Santo Domingo a donde viajó su autor, Pasqual Calbó, en 1787. Cumplidos pocos minutos, todo necesita su tiempo, se le acomoda a uno en la silla articulada que en segundos se convierte en mesa de operaciones. Entonces, el peluquero, sonriente y atento, como si le conociera a uno de toda la vida, mientras le mira la testa de soslayo, amable le pregunta:
–¿Qué va a ser?
El nuevo parroquiano, cómodo y complacido por la acogida y otros contextos revelados sutilmente por David Baret en su Xubec del ayer próximo, le dice: «Lo que quieras…». Seguidamente, las tijeras repican musicales en Cas Gomilas…