El célebre escritor peruano,Alfredo Bryce Echenique, contó en una entrevista que cuando le preguntaba a su tata cómo se encontraba tras la desaparición de un buen amigo, la mujer le respondía: «aquí estoy, dándole pena a la tristeza», misma frase con la que llegó a titular una de sus novelas.
Es sencillo imaginar el estado anímico en el que debía encontrarse la pobre mujer para manifestarse en esos términos ante el que fue Premio Planeta 2002, entre otros muchos galardones.
Llegar al extremo de dar pena a una de las emociones básicas del ser humano nos sitúa en el ámbito de las mayores desgracias. Sin embargo, hay otras situaciones, otros discursos, que también provocan honda tristeza aunque a efectos físicos no causen dolor.
Fue el caso de algunas de las intervenciones de la anterior ministra de Igualdad cuando salió con aquello de los niñes, por ejemplo, entre otros desvaríos durante su gestión, o la más reciente ocurrencia de la vicepresidenta segunda del gobierno, Yolanda Díaz, con origen común al de Irene Montero en su mismo partido. Pretende la gallega adelantar el cierre del horario nocturno en los establecimientos de hostelería de este país. Lo justificó diciendo que a partir de las 22 horas las jornadas «son nocturnas» y «tienen ciertos riesgos para la salud mental».
Los riesgos para nuestro estado psíquico aparecen, diría yo, en la obligatoriedad de estar sometidos a este tipo de dirigentes capaces de pronunciarse en términos como los referidos cuando la situación nacional requeriría de tecnócratas que, cuanto menos, sepan articular una intervención coherente ante los micrófonos. Yolanda se esconde cuando debe explicar las causas de su estrepitoso fracaso en las elecciones de su tierra y sale para hacer pedagogía infantil. Por no decir de las veleidades del presidente capaz de engañar a todo un país a cambio de 7 votos para sostenerse en el cargo.
Entre unas y otros, ciertamente, acaban dando mucha pena a tanta tristeza.