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La respuesta científica de J. M. Keynes, en su Teoría General, se centra en el análisis de una economía industrial, con un enfoque dinámico sometido a específicos ciclos económicos. Críticamente, ante la escuela neoclásica, señala que el ahorro es resultado del incremento de la renta y del empleo, no al revés.

Las crisis de 1929 y de 2008 respondieron a la falta de dinero, de confianza y de crédito. Para Keynes, el tipo de interés no es más que un barómetro de que se invierta o no, la pauta la marca, como es sabido, la relación entre tipo de interés y eficacia marginal del capital. El análisis monetario, forzosamente, evoluciona a más complejidad en su recorrido histórico. Así, en una economía preindustrial, como en la España del siglo XVI, pudo registrarse una correlación directamente proporcional entre la oferta monetaria y el índice de precios, fundamento empírico de la teoría cuantitativa del dinero, para una sociedad sin alteraciones básicas de estructura económica; cuadro en el que básicamente se desenvolvió la economía menorquina hasta mediados del siglo XIX, cuando la Isla registró el despegue industrial moderno; a partir de entonces sería más propicia la teoría de J. B. Say para explicar los ciclos económicos y, paulatinamente, iría ganando idoneidad interpretativa, a tal efecto, la teoría keynesiana, así como la Escuela Economista de Francia, frente a los neoclásicos británicos.

El economista de Cambridge demuestra que el aumento de la oferta monetaria ocasiona alza de precios, siempre con elasticidad inferior a la unidad, por tanto, no en la misma proporción, y analiza que no tiene por qué generar inflación, que es distinto a que aumenten simplemente los precios. La relación a largo plazo entre la renta nacional y la cantidad de dinero dependerá de las preferencias por la liquidez; la estabilidad o inestabilidad de los precios en periodos largos dependerá de la fuerza ascendente de la unidad de salarios (o más exactamente de la unidad de costes) comparada con la tasa de crecimiento de la eficacia del sistema productivo.

Una característica de los menorquines en sus prácticas económicas fue su viveza en el cuidado de sus disponibilidades efectivas de recursos monetarios, cambiarios y financieros, mostrando en dicho proceder, a lo largo de la historia, una cisura entre su larga etapa librecambista en el comercio marítimo y la que arranca con el despegue industrial de la Isla. En la etapa secular de libre comercio marítimo, los empresarios y agentes económicos menorquines se distinguieron por ser vanguardistas en técnicas monetarias y crediticias, como en el giro de letras de cambio y operaciones de crédito, comprometidos sus pagos en fecha de vencimiento por la denominada «dita», así como en técnicas de contabilidad de partida doble en sus relaciones mercantiles con mercaderes florentinos y de toda la cuenca mediterránea, ya en el siglo XIV. El arbitrista financiero español, Agustín de Hugalde, escribió, en una interesante memoria (1787), varias propuestas monetarias y financieras para el comercio marítimo menorquín de granos en el Mediterráneo; en una dice: «Impulsar los cobros de las mercancías vendidas en otras plazas mediante giros de letras, en unas condiciones que fueran atractivas para los intereses de los mahoneses en cuanto a tipos de interés , sobre todo, en la reducción de los plazos de cobro en otros lugares, como puertos italianos y la isla de Malta por ejemplo»1.

Los gobernantes liberales españoles del siglo XIX fueron intervencionistas relativamente en política económica y, después de ejecutar las correspondientes desamortizaciones territoriales y jurisdiccionales se limitaron a regular las innovaciones institucionales del Estado; así se estableció un proteccionismo relativista en comercio exterior, aunque acabara con el librecambismo menorquín; en el orden tributario se dispuso un sistema moderno, bien recibido y ejecutado en Menorca. A pesar de que se otorgó al Banco de España el monopolio de emisión de la peseta (1874) como unidad monetaria del sistema, el Banco de Mahón (1882-1911) emitió títulos cuasi monetarios que devengaban interés, también recibos de calderilla de 5, 10, 25 y 100 pesetas, introduciendo el papel moneda en la Isla, llegando a ser el único signo monetario circulante. En 1910 se concentraban en la Isla numerosos bancos y todos eran locales, constituyendo el 13 por ciento del total de las entidades bancarias españolas. La principal fuente financiadora de la industrialización en Menorca fueron los créditos bancarios y antes las Casas de Comercio y de Banca.

La ejecución de obras públicas de Primo de Rivera, a partir de 1926, al acabarse las guerras de Marruecos y disponer el Estado del presupuesto que se venía dedicando al ministerio de Guerra, supuso el inicio de una política económica que podríamos denominar de corte keynesiano, no en balde el economista de Cambridge dio una conferencia al respecto en la Residencia de Estudiantes en 1930, siendo entrevistado y valorado muy positivamente por Eugenio d’Ors. La política económica de la Segunda República retornó erróneamente a criterios conservadores neoclásicos y habría que esperar al término de la Segunda Guerra Mundial para que Keynes inspirara el Nuevo Orden Económico Mundial, fundamento de la Golden Age europea, que también, aunque con retraso, llegaría a España; más intensamente a Menorca.

1 J. Hernández Andreu y J.M. Ortiz-Villajos (2023), «De ‘Holandeses del Sur’ a ‘Hong Kong’ del Mediterráneo», ed. UJA, Universidad de Jaén, p. 84.