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El Govern de Marga Prohens arranca su mandato con energía, consciente de que hay muchísimo por hacer y, de momento, solo un horizonte de cuatro años. A nadie se le escapa que arreglar el desaguisado habitacional no se conseguirá en un día, ni siquiera en una legislatura, por eso hay que dar pasos valientes. Legalizar la conversión de locales comerciales en viviendas es un paso obvio, aunque la mayoría de los locales no tienen las condiciones idóneas. El tamaño, muchas veces, tampoco permite grandes proyectos. Pero algo es algo. Dividir pisos grandes en varias viviendas es otra medida de cajón. Cada uno sabe dónde y cómo quiere vivir, ¿por qué tipificarlo todo, poner tantísimos límites, restricciones y normas? ¿Yo quiero vivir en cuarenta metros cuadrados? ¡Pues déjame en paz! Pero, ay, la fiebre controladora no tiene fin y hasta para eso han puesto un requisito: mínimo sesenta metros cuadrados.

Estos han viajado poco y aún se aferran al modelo victoriano de pisos de cientos de metros y techos tan altos que podrían hacerse dos. Ojalá pudiéramos, pero ni es posible ni es necesario en pleno siglo XXI y en un entorno urbano. Una persona sola vive perfectísimamente bien en cincuenta metros cuadrados. Y el futuro dice que mucha gente vivirá sola. Sobre la altura hay poco que decir. No se atreven. Animo a los mandamases a que convoquen un concurso de ideas entre urbanistas y arquitectos para crear en Palma el barrio nuevo más loco, sorprendente y llamativo que se puedan imaginar. Algo totalmente nuevo, en alguno de los muchos secarrales inútiles que rodean la ciudad, con edificios de treinta, cuarenta o más pisos de altura, jardines, servicios y transporte público. La Palma del siglo XXI. A ver quién se atreve.