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En «S.O.S», Delibes diagnosticaba: «El poder del dinero (…) y el consumismo terminan por convertir en borrego a un hombre sensible». No sabes si ese progreso mal entendido al que aludía el vallisoletano os convierte en asnos adiestrados, pero no hay duda de que os induce hacia una locura solapada. De ahí que, como uno de sus efectos secundarios, esté el que os cueste tanto dormir, aunque intentéis hacerlo en uno de esos espléndidos colchones «élite» que anuncian en una tele-tienda nocturna. No deja de ser paradójico –piensas ahora- que un engendro mercantil como ese anhele que conciliéis el sueño, cuando sus promociones se dan precisamente durante vuestro insomnio. Por no hablar de esa pitonisa que, con nocturnidad y alevosía, vaticina a los sonámbulos su devenir con premeditada ambigüedad. Y es que la susodicha se asemeja enormemente a un político: se nutre de la inocencia y parlotea sin decir absolutamente nada… ¿Para cuándo un pacto en Educación?

Tampoco contribuye a vuestra cordura el que quedéis siete días encerrados en vuestro coche, en una especie de tío vivo automovilístico improvisado en conocida plaza pública y del que –pensáis- no podréis salir jamás. Cuando lo conseguís -¡inocentes!- lleváis nutrida y desaseada barba y os acordáis de quienes os vendieron las bondades de una isla tranquila… Esa isla en la que –como en cualquier otro recodo del mundo- la pobreza pierde ante la riqueza, inexorablemente. Ahora, según las instituciones que os manosearon/manosean, el peligro parece residir en las casetes de vorera ya existentes y no en esos mamotretos hoteleros que se dejaron construir, incluso, junto a emblemáticos camins de cavalls. Y es que los mamotretos dan pasta, pero no las casetes, fruto del esfuerzo de modestos menorquines. Construidas con respeto, besando el mar con la blancura de su cal y acariciándolo con el verde rabioso de sus pequeñas puertas, se mudaban no únicamente en símbolos inequívocos de la isla, sino en seres totalmente inocuos para el medio ambiente. Pero, ¡ay!, esas casetes no entendían de política ni habían nacido bajo la sombra de las grandes constructoras. Un ejemplo paradigmático y actual sería el de «Los bucaneros» (mil veces reproducido en óleos y acuarelas de ilustres artistas isleños y foráneos) y que duerme (él sí) el sueño de los inocentes gracias al somnífero de la incompetencia de diversas instituciones. Otras le negaron a Emili de Balanzó un más que merecido homenaje. El que, bellísimamente, sí le tributó J.M. Conociendo el amor de Emili por ese emblemático bar en Binibeca (al lado de él, el erudito hombre bueno pasaba horas y horas leyendo), J.M. se acercó al lugar, localizó el punto preciso donde solía sentarse el que tanto dio a la isla y depositó en silencio poblado de amor una pequeña piedra blanca en forma de corazón. Chapeau! Y es que, siempre, los que salvan las naciones no son las adivinas/los políticos, sino la buena gente que anida en ellas…

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¿El dinero y el poder os convierten, pues, en borregos insolidarios? Puede que no. Pero si en idos. De ahí las locuras recientes: un negacionismo con respecto a las vacunas que tantas muertes probablemente causó, el terraplanismo y la última, la que niega que las lenguas románicas procedan del latín. Una teoría que, por cierto, te defendió una profesora y mujer pía. Tal vez esta última viera la luz si se percatara, en su condición de devota, de la facilidad que tendría cualquier persona hispana a la hora de entender el texto del Salve Regina en latín, aunque no tuviera ni pajolera idea de esa lengua. A saber: «Mater misericordiæ (…) Ad te suspiramus, (…) in hac lacrimarum valle...»

Por no hablar de la trans especie y de ese hombre que quiso convertirse en perro. Esperas que a alguien no le dé mañana por sentirse gaviota y quiera levantar el vuelo desde un décimo piso...

P.S.- Mil gracias don Antonio Tudurí por sus bellísimos artículos de «Columna Cafetera» Gracias por devolvernos, en acto de justicia, a esos personajes entrañables y olvidados. Y, por, al hacerlo, devolveros también nuestra infancia...