Pensáis que la ceguera es una: la que os impide ver. Y, sin embargo, la invidencia es polimórfica. Se da, en este sentido, una curiosa paradoja: cuidáis la visión física, pero os la trae floja la política o ética. Dos formas de oscuridad que causan verdaderos estragos. Una de sus manifestaciones es el talibanismo, no en su sentido estricto –que también- sino metafórico. Quien lo padece se asemeja a ese asno al que le han colocado unas anteojeras para que únicamente pueda tener una visión frontal y no circundante de la realidad. El talibán (frecuentemente un populista que medra a partir de vuestras miserias, esas que no intentará eliminar por el simple hecho de que vive de ellas) es un dictador, un absolutista, un facha –de izquierdas o de derechas- un enajenado que se cree permanentemente en posesión de la verdad, incuestionable, por supuesto. Puede ser ateo o no, pero, curiosamente, se cree Dios. Ý, como tal, ha de imponer su credo, aun disfrazando el mal, que ocasionará, de bien social. Su mesianismo le llevará a dividir la sociedad en bloques. En uno se hallará la verdad. En el otro, el caos del que ha de salvaros. El discrepante se muda, por tanto, en un enemigo, no al que convencer, sino al que arrollar. El dictador puede ser intelectualmente válido, culturalmente rico, pero su incapacidad por descubrir que hay algo más allá de su mundo, lo convierte en auténtico minusválido…
Contigo mismo
Talibanes
16/05/23 4:00
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