Josep Pons Fraga me sugiere que debería hacer una docena de artículos personales, relatando las experiencias que he tenido a lo largo de mi vida con personajes de las letras de aquí y de allá. Me parece una buena idea. Otras voces me habían sugerido que escribiera mis memorias. A esto yo contestaba que ya las he escrito, que están en mis novelas. Pero están mezcladas con situaciones imaginarias, a menudo inverosímiles, suelen objetarme. Da igual, así estoy hecho. Es mi forma de narrar. Sé que sería más accesible dejarme de elucubraciones, pero no creo que la accesibilidad sea lo más importante. En eso el tiempo tiene la palabra, y desde luego dentro de cien años todos calvos. Antes de pasar a mayores, déjenme retratar primero al propio Josep Pons Fraga. Era casi un niño cuando me escribió la primera reseña. Siempre ha sido un periodista audaz, y me parece que la audacia es imprescindible en su oficio. Solía venir a entrevistarme cuando me daban premios literarios, y mi madre le daba pan con sobrasada. Tienes que comer, le decía, para ponerte fuerte. Ha pasado por diferentes publicaciones y medios audiovisuales, siempre sin temor a la audiencia, siempre incisivo, siempre atento al último detalle, el ultimísimo, diría mi madre, el que aún no se ha producido. De entre los nombres que me sugiere Pons Fraga descuella uno, Josep Maria Llompart, o tal vez dos: es como lo del huevo y la gallina, ¿quién fue primero, JM Llompart o Francesc de B. Moll?
Queda la esperanza
06/02/23 4:00
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