Reconocerán ustedes que hay dichos curiosos pero que al margen de su vistosidad y simpatía, pueden muchas veces resultar desconcertantes y hasta peligrosos. Uno que no ha pasado de ser un esporádico bañista de playa y costa, debo confesarles que una vez dado los cuatro chapuzones de rigor, ponía a secar mis carnes más bien a frotes de toalla que a pleno sol porque como me hubieran definido en el bravo Oeste, era y soy «un hombre blanco», demasiado blanco. Ello me ha permitido no solo disfrutar bajo mi sombrilla del variado paisaje y tostados viandantes arenosos y pringados de mil olorosos aceites, sino también poder ser de los primeros en acudir a la llamada de «la hora feliz» del chiringuito de turno, donde podías degustar dos bebidas al precio de una.
En pocas palabras
Dar palos al agua
06/02/23 4:00
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