Menorca está viviendo el verano de los récords. La temporada del más que nunca. Más pasajeros que nunca, más coches que nunca circulando por las carreteras, más presión humana que nunca, más consumo eléctrico que nunca, más empleo que nunca, más calor que nunca... A la espera de que –dado el incremento de los costes de operación para las empresas– todos estos registros históricos se traduzcan en más negocio que nunca, el modelo de Menorca como Reserva de Biosfera, como territorio balear mejor conservado y menos masificado, indiscutible a estas alturas y alabado por medios nacionales e internacionales, corre el peligro de morir de éxito.
Ahora el Govern no quiere hablar de masificación. El conseller de Turismo, Iago Negueruela, esquivaba ayer las preguntas sobre la mala imagen –no hay peor promoción– que genera entre muchos visitantes (por no hablar del cabreo de los residentes) la saturación turística, que abarrota playas, aparcamientos, carreteras, paradas de taxi, etcétera. Sortea ese problema aludiendo al empleo que está generando el sector turístico tras dos años de incertidumbre pandémica. Una cosa no quita la otra.
Mientras tanto la grave enfermedad del campo menorquín da otro síntoma. Menorca desaparece del mapa de la producción lechera, deja de exportar miles y miles de litros de leche, un movimiento empresarial comprensible y apoyado por el sector. Desde el mismo Govern se habla de la importancia de avanzar en la soberanía alimentaria, del coste económico y medioambiental que tiene la importación de productos. El único que podríamos (por volumen de producción) consumir sin necesidad de barcos era la leche. Con la necesaria diversificación de la agricultura –casi copada por forrajes para dar de comer a las vacas– en pañales, supone un paso atrás en la autosuficiencia. ¿Terminaremos exportando turismo e importando todo lo demás? Ojalá que no.