TW

Imagínese una inconmensurable porción de terreno –poblada– en la que solo    existe un supermercado al que únicamente pueden acceder algunos –pocos– privilegiados. No por caridad, no por justicia, sino por propia seguridad, los propietarios/usuarios del negocio abren, de tarde en tarde, las puertas para lanzar a los no socios las sobras de algunos productos. Para que se aseden… Cuando arrecia el hambre, no falta quien intenta acceder al economato y es reprimido e, incluso, vituperado. La conciencia es fácil de silenciar con la panza llena. La alegoría es sencilla…

¿En qué parte está cada cual? Las perspectivas son distintas oteadas desde el interior o desde el exterior. Si se tiene acceso o no a los bienes vitales que salvaguarda el recinto comercial…

Si usted está dentro –y carece de bonhomía– desterrará la incómoda idea de que su opulencia se cimienta en la miseria de los que malviven de puertas hacia fuera. La primera (su riqueza) menguaría –sin desaparecer– si el acceso al local fuera universal. Sin embargo, de la conciencia nadie huye. A lo sumo se puede soslayar con el autoengaño: la caridad puntual, el plácido refugio en una zona de confort, unos ojos que no ven, unos oídos que no oyen… ¡Eficaces remiendos! Pero si, además, usted es un cabrón, no se contentará con sus privilegios, sino que promoverá la extinción de los que están en el exterior, por molestos: su suciedad, sus llantos, su miseria, ¡incomodan tanto! Como incomoda que esa presencia sea como el retrato de Dorian en el relato de Wilde: un espejo de la propia mezquindad. No en vano has oído a gente (gentuza, más bien) explicitar verbalmente su deseo de que se mate a los que no forman parte de su selecto club. Hace poco, sin ir más lejos, a una    dependienta… A eso, con frecuencia, se le denomina racismo… Y si eso de ir pegando tiros por ahí no es factible, a la postre, hay otras formas de matar: la creación de estados de opinión sembradores de odio y de cizaña, la falacia, el/la… «Vienen a robarnos… El «super» para los del «super» –dicen, dijeron, dirán. «¿Y esa madre con niño que osa golpear la puerta de entrada, dando un pésimo ejemplo educativo    a su prole?» –dicen, dijeron, dirán.

La perspectiva que poseen esas personas entrecomilladas cambiaría radicalmente si, por lo que fuera, tuvieran que cambiar de bando y pasar del aire acondicionado del interior al tórrido sol del exterior… ¿No intentarían, en esa tesitura, asaltar también ellos el supermercado? ¿No procurarían acceder a una vida digna hurtada por los excesos de unos pocos? ¿No estarían incluso dispuestos a recibir una bala o la marginación o un escupitajo con tal de dar de comer a sus hijos?       

Pero, rara vez, los usuarios del «hiper» se mudan de acera…

Noticias relacionadas

Rara vez aman…

Rara vez revisan su alma…

Rara vez deciden regenerarse y apostar por la utopía. Es más fácil mostrarla como lo que es: algo inalcanzable pero que da innumerables frutos cuando se camina hacia ella…

Los usuarios no se hacen, tampoco, preguntas. Algunas podrían ser: ¿Se habría oído hablar de la covid si este únicamente hubiera afectado a Etiopía, por poner solo un ejemplo? ¿Se habrían interesado por el virus las grandes multinacionales farmacéuticas si éste hubiera quedado suscrito al Cuerno de África? ¿Se publican las cifras de aquellos que mueren, diariamente, por la pandemia de la desnutrición ante la pasividad de tanto bien pensante?

No hablas únicamente de Melilla, sino de tantas y tantas «melillas». En concreto, de las tres cuartas partes del orbe frente a una, la del «super» metafórico. Tal vez resulte incómodo, pero útil, entender que el problema migratorio no acabará levantando muros, sino más bien derribándolos (los muros que comprimen el alma de demasiados), que concluirá cuando cada hijo de vecino pueda permanecer en su propio hogar por hallar en él los recursos suficientes como para vivir con dignidad…

En palabras de Jacinto Benavente (aptas para creyentes o no): «Dios ama a los hombres con manos limpias, no llenas». Pues eso…