Alves de Sousa
A pesar de tus intentos, te resulta cada vez más difícil creer en el hombre, al constatar como incurre, una y mil veces, en los mismos errores; al comprobar como cada nuevo siglo es un simple calco del anterior y, posible y aterradoramente, del siguiente; al verificar como cambian los nombres, pero no así las intenciones. En palabras de Pablo d'Ors: «El ego siempre teme ser desplazado. De ahí su pelea a brazo partido, y de ahí también su incansable resurgir de sus cenizas». Y no te refieres, únicamente, a los grandes dictadores, a los genocidas de un signo u otro, a los psicópatas que, ante cobardes omisiones, han conseguido alcanzar el poder -que también-, sino a muchos ciudadanos anónimos que, con su total falta de empatía para con el ser humano, han propiciado la llegada, permanencia y chulería de los sátrapas a las máximas instituciones de los estados. Personas, en definitiva, que poseen una conciencia discriminatoria y que juzgan los hechos positiva o negativamente a tenor de sus simpatías, fobias o sectarismos. En algunas ocasiones vociferan y, en otras, callan, sin percatarse de que, como dijo Cervantes, los silencios suelen ser muy elocuentes y, en ocasiones -añades-, letales. Personas que, desgraciadamente, son multitud y que siguen sucumbiendo a las tentaciones, especialmente a las de la riqueza, el poder y la soberbia. Y a la de acercarse al poder, aunque sea manifiestamente injusto, para lamerlo y medrar… ¿Cuántos han deseado ser más que fulanito, tener más que menganito o brillar más que ese otro hijo de vecino? ¿Cuántos, declarándose públicamente anti racistas, han sido reiterada y subliminalmente «pillados» en comportamientos xenófobos? ¿Cuántos, autoproclamándose tolerantes, han odiado a X por pensar o sentir de manera diametralmente distinta a la suya? ¿Cuántos, declarándose progresistas, han vivido, sin embargo, como verdaderos burgueses? ¿Cuántos se han auto justificado con la falacia de que «no hay nada que hacer» y han cerrado los ojos? Son legión los que han sucumbido, efectivamente, en sus propios desiertos, a sus contradicciones y omisiones, abonando así, con ellas, la tierra para el conflicto y propiciando el impensable genocidio que, sin embargo, tarde o temprano, acaba por llegar. Han sucumbido, sí, sucumben y -temes- sucumbirán.
- A esa madre habría que encerrarla de por vida y tirar la llave de su celda al mar –oíste el pasado sábado en boca de una bien pensante que, con sus palabras, alimentaba el racismo negado, pero imperante-.
- ¿A qué o a quién se refería la susodicha? -te preguntas-.
- Se refería a una mujer que había cruzado el estrecho en patera con un hijo de apenas unos meses en sus brazos. Había optado, simplemente, por una muerte posible antes que por una muerte segura… A la postre es fácil juzgar desde la placidez de un sofá… Es solo un ejemplo.
- ¿Qué os queda?
- Como señalaría igualmente d'Ors «la perseverancia en el amor, pase lo que pase», la Educación (hogareña, objetiva, institucional, no sectaria), la cultura y…
- «(…) Ni más ni menos/ Y que te baste con eso» - como añadiría Pedro Salinas-.
Que eso, sí, os baste, para reescribir un verso de Blas de Otero («Esto es ser hombre: horror a manos llenas»); para regalarle a esa ‘señora' justiciera el bellísimo libro que, sobre la inmigración, y bajo el título de «Yo, Mohamed», escribió Rafael Torres; para que os percatéis, de una puñetera vez, de lo efímero del poder y la gloria; para comprender que muchas grandes mezquindades surgieron/surgen de las más nimias; para construir un mundo en el que no puedan tener cabida ni Hitler, ni Stalin, ni Putin, ni Bolsonaro, ni tanto Hannibal Lecter con carné. Un mundo que ya no verás, pero que anhelas para quienes te sucedan... Un mundo en el que sea posible tener, todavía, justificada fe en el hombre…