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A Chaplin no le hacían falta las palabras. A vuestros políticos de hoy, maltratadas, les sobran. Eso es lo que pensaste cuando el lunes diecisiete de enero viste, por enésima vez, la película «The Kid» («El chico»), centenaria ya (fue estrenada el seis de febrero de 1921), y que TVE2 tuvo el acierto de reponer. Y, efectivamente, te reafirmaste, nuevamente, en que era «a picture with a smile –and perhaps, a tear» («una película con una sonrisa y, quizás, una lágrima.») Bañada por un cristianismo tan explícito (algunos fotogramas muestran, casi de manera subliminal, la ascensión de Cristo hacia el Calvario con su cruz a cuestas), como coherente, la obra del inglés es, entre muchísimas otras cosas, una feroz crítica a la hipocresía social (»the woman –whose sin was matherhood»), a la crueldad de una pretendida, que no sentida caridad («Charity –to some a duty, to others a joy»), a la dejadez política con respecto a los desheredados y a los invisibles y a un largo etcétera. Frases como las citadas (»la mujer cuyo único delito fue ser madre» o «la caridad para algunos es un deber, para otros una alegría»), pronunciadas en 1921, eran valientes, y, en esa época, audaces. La bondad de Chaplin (a pesar de los claroscuros de su existencia) es, a la postre, equiparable a la de su gran creación, Charlot. Así, y por poner un mero ejemplo, cuando Edna Purviance, la actriz que encarnó a la madre de «The Kid» (¡un extraordinario Jackie Coogan!), se alcoholizó (moriría en 1958 a causa de un cáncer de garganta), Chaplin le siguió pagando su nómina y socorriendo. El testamento vital que se le atribuye es, por otra parte, y en este sentido, una verdadera delicia: «Nada es eterno en este mundo, ni siquiera nuestros problemas (...) El día más desperdiciado de la vida es el día en que no reímos (...) Los seis mejores médicos del mundo son: el Sol, el descanso, el ejercicio, la dieta, la autoestima y los amigos (...) Si ves la Luna, veras la belleza de Dios. Si ves el Sol, verás el poder de Dios. Así que, créelo: todos somos turistas. Dios es nuestro agente de viajes que ya ha fijado nuestros itinerarios, reservas y destinos. La vida es solo un viaje. ¡Vive el presente!».

Y esa bonhomía cubre, explica y arrasa en «El chico», el primer largometraje de Chaplin, al que un crítico de Mitomanía describió, acertadamente, en los siguientes términos: «Chaplin logra aquí componer un sensible y picaresco capítulo sobre el arte de ser pobre, dictando una lección de buena voluntad y de la fe en la vida que solo los humildes son capaces de darnos».

Tal vez vuestra clase política debería revisar este prodigio cinematográfico en una sesión privada, en el Congreso. Para entender que gobernar es, al fin y al cabo, algo muy simple: trabajar en favor de los débiles (personificados en ese vagabundo y en ese chaval), priorizando en los presupuestos -¡será bueno concretar!- sanidad, educación, tercera edad, dependencias y todo aquello que aluda a las clases menos favorecidas de la sociedad. ¿No podrían estar de acuerdo vuestros representantes, por lo menos, en eso? Pero sabes que es una quimera, porque, y a los hechos te remites, usted y él y nosotros y ellos/as y vosotros y cualquier hijo de vecino les importáis, a los de la Carrera de San Jerónimo, un pepino, exceptuando a la hora del voto o en el momento de efectuar la Declaración de Hacienda. El motor que los mueve, lo sabes/sabéis, no es sino el poder y/o el dinero…

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Chaplin jamás habría ganado unas elecciones…

En palabras del propio artista, director, guionista, productor, montador, extraídas de su obra cumbre, El gran dictador (1940): «Lo siento: Pero yo no quiero ser emperador (presidente, diputado…)(…) Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos (…) Más que máquinas necesitamos humanidad (…) Más que inteligencia, tener bondad y ternura». Pues eso…

Aunque, de presentarse algún día cualquier Charlot a unos comicios, podría contar, cuando menos, con tú voto. Y, probablemente, con muchos, muchísimos más. Inshallah!