«Al que sin llamar se cuela, zapatazo donde le duela». Zapatazo a todos esos que cuando descuelgas el teléfono dicen: «Encantado de saludarle, señor Pablo, mi nombre es…». Hace años conocí a un chico que se ganaba la vida llamando por teléfono. Y no era Gila. Era representante de algo, no recuerdo qué, y se levantaba en pijama a las once de la mañana, se «colgaba» -nunca mejor dicho- del teléfono y vendía sus productos gracias a su simpatía y desparpajo. Luego se volvía a meter en la cama. Un tío listo. Inventó lo de joder al prójimo por teléfono, que últimamente se ha generalizado tanto que no le dejan a uno ni comer en paz. Era un chico joven, y no debía de tener ese síndrome que ahora parecen tener algunos jóvenes, el llamado «efecto WhatsApp» según el cual evitan hacer y recibir llamadas porque ven en el teléfono un aparato para la intromisión en la intimidad que no deja margen de reacción. Claro que en los tiempos de los que yo hablo en nuestras islas aun había que llamar a través de operadora, y desde luego el teléfono, que colgaba de la pared, no advertía de si se trataba de una «llamada basura» ni anunciaba el nombre de quien realizaba la llamada, ni tampoco admitía mensajes escritos y demás. Entonces mi tía María solía decir: «Amb qui rall?» («¿Con quién hablo?») Lo malo es que lo solía decir cuando la llamada la efectuaba ella. Daban ganas de decirle: «Está usted hablando sola, señora». Y mi tío Mario agarraba el teléfono muy enfadado y decía: «QUÈ HI HA?» El llámate decía lo que quería y mi tío decía, gritando: QUI ÉS QUI EL DEMANA?» El otro a lo mejor era el vicario del obispo, o un capitán general y entonces, de repente, mi tío hablaba suavecito y decía: «Ahora mismo le llamo, señor, descuide usted» y parecía que no había roto un plato en su vida.
Les coses senzilles
Zapatazo al móvil
03/01/22 0:25
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