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A Emili de Balanzó que, inteligente y solidario, jamás habría negado la existencia del covid… A quien    el virus se lo llevó a destiempo… Y el mundo, a partir de entonces, fue distinto, e, indudablemente, peor…

Es frecuente que una carta tenga una postdata. Aunque la fecha, etimológicamente,    no sea esencial, sino el contenido, lo que dejaste de decir… Se acierta cuando ese añadido se substituye por un post scriptum. A saber: lo que no dijiste, lo que no tuviste el coraje de decir, lo que te digo ahora, al final, lo que no tuve el valor de reconocer y asumir, lo que te digo ahora, ahora sí, para salir luego corriendo… Lo que anoche no te dije. Lo que pudimos decirnos anoche y no nos dijimos porque, a la postre, venció, una vez más, la rima XXX de Bécquer: el orgullo. ¡Dios! ¡Cuántas reiteraciones!

- Lo que ocurre…

- Lo que ocurre -lo sabes- es que, en la vida, en ocasiones, los P.S. llegan tarde. Irremediablemente… Esos que se formulan en forma de oración o remordimiento. Pero, en este artículo de opinión -que te sientes en la obligación moral de escribir- , los P.S., antinatura, no lo cerrarán… Lo abrirán…. Anhelas adelantarte a lo que los negacionistas esgrimirán en tu contra. A saber:

-Te hablarán de libertad… Algunos, curiosamente, poco proclives a la misma… ¿El uso de tu libre albedrío te da derecho a circular a doscientos cincuenta kilómetros por hora y en sentido contrario? ¿Acaso el Estado no te exige un carnet de conducir? ¿Dónde queda, entonces, la conciencia? Algún líder antivacunas, en las puertas de la muerte, recobró el sentido ético de su existencia… Tarde. Mal. ¿Y a costa de cuantos?

- Te espetarán que con la exigencia del certificado «covid» los no vacunados serán reducidos    a una especie de gueto neonazi. ¡Curioso! Pero, lo siento, no. Durante el vomitivo nazismo los que permanecían en el gueto eran inocentes, pero no así los que, hoy, sin ser, ciertamente, nazis,    priman sus intereses particulares, dificilísimos de entender -¿incultura?, ¿ideología?,¿egocentrismo?, ¿paranoias? - sobre el daño -¿por omisión o temeridad?- de tantos… Esos inocentes, vacunados, con mascarillas, con días de precauciones y reparos, que han renunciado, por amor al prójimo,    a una vida normal (acariciar, en ocasiones,    a un nieto, acudir a una boda, recorrer el cuerpo del ser amado, vivir, en suma). Por ti. Ese ha sido su gueto real (los negacionistas campan a sus anchas y sin mascarillas) Ellos, los inocentes –iteras-    han sido los que han dado muestras de civismo, los que, en la amarga espera, en la soledad de quienes viven, a lo mejor, solos y requieren del contacto ajeno, han sido capaces de soportar lo indecible en aras a un futuro mejor que los no vacunados imposibilitan/imposibilitáis. Así de claro…   

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- Te espetarán: «¿Sabéis lo que os meten?» «¡Esto es un negocio de las farmacéuticas!» «Así te controlan»…

Os digo: ¿Sabéis lo que coméis? ¡Y os lo coméis! ¿Sabéis realmente lo que contiene un medicamento, ese que sí os tomáis poniendo en riesgo solamente vuestra vida, pero no así la ajena? ¿Dejaréis, por ello, de medicaros?    Y, lo siento, lleváis/llevamos décadas siendo controlados. Probablemente San Google conoce hasta el color de vuestros calzoncillos… ¿Sabéis si mañana vais a sufrir un ictus? Lo que sí sé (y cambias de persona gramatical porque eso ya es personal) es que confío plenamente en la Sanidad Pública, en mis médicos, en mis doctoras, en mis enfermeras, en mi recepcionista de hospital, en… En los últimos años he recurrido frecuentemente a ellos y doy fe, públicamente, de que pocos sistemas sanitarios son comparables, tan solo comparables, al nuestro. ¡Chapeau! Lo siento: confío más en mi sistema sanitario que en Miguel Bosé o en ese negacionista italiano que, a las puertas de la muerte, rectificó… ¡Algún aspecto positivo ha de tener «ese irse»!

- Te dirán… ¡Tantas cosas! Que no tiene la vacunación un cien por cien de seguridad, que… ¡Cómo si al nacer nos fuera dado el cielo! ¡El cielo se conquista cuando mi «yo» tiene en cuenta un «tú»! ¡Cuando amamos! Y, al amar, entonces,    el cielo, ese sí, aparece ya en tu barrio, en tu ciudad y en tu conciencia…

        Y ahora se inicia el artículo más corto: Invito a la vacunación masiva. Invito a los vacunados a    que sean exigentes en el control del pasaporte covid en los lugares públicos que frecuenten. Que la amistad, la querencia, la cobardía, la pereza, el clientelismo, la economía, el amiguismo –como diría Quevedo- no influyan en la exigencia de pedir un certificado. Porque si percibo una vulneración de esa ley (que debería ser inane por conciencia) en un lugar público, dejaré de frecuentarlo.    Porque –y sigo utilizando la primera persona- en el caso de que ese «bichejo» finalmente accediera a mi cuerpo (algo mucho más improbable por el hecho de estar vacunado) no quisiera unir a mi enfermedad, a mi dolor, o a mi muerte el sobrepeso de la culpa…

Ahora sí…

P.S.1. Una gran supeficie. Polígono Industrial de Mahón. Dos adultos -¡qué no jóvenes!- junto a la cajera. Diálogo (lo intentarás reproducir literalmente): A.- «¡Joder, qué putada, ahora tendré que vacunarme… Joder… Joder… Joder…! ¡Que no me van a dejar entrar en Z» (Z es un conocido bar de copas) B.- «Es una putada. ¿Y eso cómo se hace?». Es curiosa la prevalencia de una copa sobre una vida, sobre unas vidas…

P.S.2.- Hoy, en un restaurante, me han exigido (sigues con la primera persona gramatical) el certificado «covid». Y me ha encantado. Porque me he sentido, en su seno, seguro. Porque me he sabido rodeado de personas cívicas, de, en definitiva, buenas personas…