En ocasiones, los mejores y más tristes poemas se escriben con silencios… Hoy es veintitrés, sábado. Te encuentras con X en el supermercado. Es veintitrés, sí. No se trata de un día cualquiera. X es un hombre honrado que ha hecho de su existencia un acto iterado de dignidad. El Estado le ha colmado, pues, con todo tipo de bendiciones en el último tramo de su intrahistoria en forma de pensión (unos quinientos euros mensuales). X sabe que tardará, todavía, unos días en percibir sus cuantiosos emolumentos. En realidad, se los ingresan el veinticinco, pero su entidad bancaria (¡pobre, tan necesitada ella!) se los retiene veinticuatro horas… Esas horas que, a nivel nacional, ¡dan para tanto! En la cinta transportadora que conduce, inexorablemente, a la cajera, viajan sus productos: una barra de pan, botellas de agua, tomates y tres naranjas. X comprueba si alguien le observa, tras lo cual, y disimulando, extrae del bolsillo de su raído batín un monedero… X siempre acude a la tienda en batín y en zapatillas. ¡Cuesta tanto vestirse a cierta edad! ¡Y calzarse! Mientras su compra avanza, avanza también en él la angustia. ¿Le dará? Avergonzado (¿de qué? –le preguntarías–) escarba, efectivamente, en su billetero, efectuando todo tipo de cálculos mentales. Está acostumbrado a ellos. Cuando coge varios productos, va sumando sus costes, para constatar si será capaz de asumir el pago o no… En este sábado 23, X no lo tiene claro… O le faltarán o le sobrarán diez céntimos… X se pone en lo peor… Le faltarán. Por eso analiza qué producto dejar: ¿El agua? No –se contesta-. ¿El pan? No. ¿Tal vez los tomates?
Ir al súper en zapatillas
26/10/21 0:16
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