Usted los conoce. ¿O no? ¿Sí? ¡Natural! Son personajes que anidan en todas las ciudades, en todos los pueblos, en todos los barrios… Clonan. Escapar de ellos resulta imposible. Son auténticos estereotipos personificados, modelos inevitables con patas, seres que, en el fondo, inspiran piedad y con los que toca convivir… Aún a vuestro pesar…
Ahí tenemos, por ejemplo, y entre otros muchos, al ‘irresoluto'. Es el que te antecede en el turno, digamos que en una librería. Supongamos que lo que anhela es comprar un bolígrafo. Y nunca acaba de decidirse. El tendero, en esa tesitura, ha de dar muestras de estoicismo y evidente heroísmo. «Este me gusta, pero el color… Aquel es demasiado ostentoso… Ese, ese, ese tiene un pase, pero no quería gastar tanto… El azul es demasiado pequeño y el verde no acaba de convencerme. ¿Tiene un bolígrafo de color negro? ¿Tal vez una pluma? ¿Y qué tal ese de ahí?» Finalmente, dan la hora de cierre. El dependiente ha desaparecido, parapetado tras unos mil quinientos bolis de muestra y a la clientela, jovencita cuando entró en el local, le ha pillado ya la jubilación… Generalmente, y tras tanto titubeo, ese malnacido se marcha sin comprar nada, entre miradas inyectadas en sangre del resto de la mentada clientela…
Por no hablar del ‘orador'… Ese que, tras saludarte, te suelta una ‘catilinaria' en la que solo habla él y de él, impidiendo cualquier tipo de intervención tuya. Es, el suyo, un soliloquio, un monólogo sin gracia, un tormento anacrónicamente inquisitorial… Cuando lo descubres desde la distancia te escondes tras un contenedor, o una camioneta o penetras en un supermercado con cara de bobalicón, sin saber qué comprar, para escapar de su perorata. Pero resulta inútil. Te caza siempre. Si te refugias en una ferretería, a él le da por comprar clavos; si te agazapas en una librería; él entra a comprar el periódico; si te ocultas en una cafetería, él entra, ufano, solicitando un café descafeinado de máquina y con la leche de soja, sin azúcar y con sacarina, ni frio ni caliente, sino todo lo contrario, en vaso de cristal y cucharilla larga y… El hecho de que el ‘orador' te pille conduciendo su coche no es garantía de salvación, pues incluso en esos casos, ese estereotipo se empecina en adoctrinarte. Pone el automóvil a cinco km hora, baja la ventanilla y comienza a soltarte, desde esa inverosímil posición, el mitin suyo de cada día… ¡Dios!
Luego está el ‘hijo de p-ta'. Conocido también con otros nombres: ‘gafe, cabrón', etc. Es ese ser mezquino que no falta en ningún barrio y que cimienta su felicidad en la desgracia ajena. Cada día, para ser dichoso, ha de dar una mala noticia a un vecino o, en su defecto, minarle la moral. En el fondo, es un amargado. En ocasiones, no obstante, ofrece un divertido espectáculo. El que monta cuando los parroquianos, hartos de su diaria maldad intrínseca, deciden darle una somanta de palos y el sádico ha de echarse a correr como descosido, calle arriba o calle abajo, dependiendo de los casos, para salvar el pellejo…
Y no hay que obviar al ‘sembrador' de cizaña. El que atrapa a un inocente para hacerle receptor de una calumnia que le afecta. Nunca expresa la difamación de forma completa, sino que se contenta con insinuar, con dejar incompleta la falacia para despertar el insano interés de la víctima… «No sé si decírtelo… Te afectará… No… No… ¡Mejor que no te lo diga!» En estos casos ese asesino con el arma de la palabra espera permanentemente la misma e ingenua respuesta: «¡Dímelo, dímelo, no me dejes así!» Tú les sugieres, en cambio, una contestación distinta, básicamente para joder a ese degenerado. A saber: «¡No, hombre, no! No me lo cuentes. La verdad es que me la trae floja. ¡Bueno, te dejo, que pases un buen día!»
Y es que, en ocasiones, vivir es como acudir a una guerra en la que cada día se libra una batalla. Esa que jamás han de ganar esos amargados/desgraciados que os quieren sajar la alegría o cercenar esa felicidad vuestra que a ellos tanto les joroba. ¿De acuerdo?