Així mateix
Viejas costumbres de los hombres del campo
Cuando el tiempo se harta de sus propios calores, es que está cerca la otoñada, todo y que hoy en día, con esto del tiempo no se pueden atar cabos. Antes aquí en la zona centro de la península, los hombres del campo la tenían más pillada a la ley del calendario. Recuerdo que un labrador que tenía en su casa tres yuntas de mulas, lo que suponía una heredad bastante grande y que yo me llevaba muy bien con él, tanto que me resolvió muchas de las ignorancias que yo tenía sobre labores y costumbres del agro peninsular y a pesar de mi confesada orfandad de conocimientos, acerté escribir el libro «La memoria rural», de manera que me pasé un año largo documentándome sobre tema tan complejo. Este labrador me decía: «Mire usted José María, si no fuéramos tanto de liar el ovillo, esto del tiempo sería cosa de coser y cantar porque aquí ya se sabe, hay nueve meses de invierno y tres de infierno; decir más son ganas de liar el ovillo. Baste con decir que te hielas o te asas». No andaba desasistido de conocimientos aquel buen hombre. Como cuando le pregunté liando un pito de mi petaca, «dígame señor Eloy, tengo una curiosidad, ¿sabría usted darme razón sobre cuál es la mejor zona para poner una huerta?». «¡Hombre claro! la mejor zona para poner una huerta, y usted perdone por señalar, es el culo, porque tiene el abono seguro y el agua la tiene cerca». Me quedé de pasta de boniato, como me suele decir mi hija Arantxa, ante esa filosofía agraria.
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