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El pesimismo ante la próxima Navidad, la de un año maldito, anida en todas partes y se verbaliza en conversaciones con familiares y amigos, en programas de televisión, en comerciantes, en encuestas, en entrevistas a pie de calle, etc. La más que probable imposibilidad de reuniros con los seres a los que amáis –especialmente con los que viven lejos de vuestro entorno- en unos días tan emblemáticos produce tristeza, una tristeza incuestionable, humana, la que podréis mitigar probablemente con el uso de las nuevas tecnologías. Pero existe otro factor que resulta más irrelevante y que, al parecer, contribuye a esa desazón general, abundando en la herida: el de los regalos, el del consumismo, el del capitalismo. No te refieres a quien depende de ese gasto extraordinario que se produce en diciembre para sobrevivir. En ese caso, su deseo por tener unas navidades típicas es un anhelo plenamente justificado. Pero no así –crees- para el resto de los mortales. ¿Es necesario, de hecho, un gasto desaforado para vivir la Navidad? ¿Qué se celebra, verdaderamente, en esos días? Y la respuesta alude a un hecho histórico que parecéis haber olvidado: el nacimiento de Cristo. Algo que quizás debierais de tener presente este año, cuando en diciembre, seguramente, se abra un periodo de reflexión personal en multitud de seres humanos… ¿Ama más quien más compra? ¿Es más feliz quien más come? ¿Quién más sale de copas? ¿Quién más adinerado es?

La Navidad –iteras- es una festividad que se asienta, a la postre, en la venida al mundo de un niño y de un niño pobre. Ese acontecimiento se puede vivir desde la fe –en cuyo caso poseerá una enorme trascendencia- o desde el agnosticismo, incluso el de izquierdas, para quien lo sucedido debería mudarse en un ejemplo a seguir…

Delibes definió a la izquierda en los siguientes términos: «El progresismo se sostenía en un trípode muy simple: apoyo al débil, pacifismo y no violencia (…) Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que tomar partido por ellos, por los débiles» (1) ¿Atractivo, no? Sin duda. Aunque Delibes tenía perfectamente claro que ese credo no era nuevo: «Venid vosotros, benditos de mi Padre (…) Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme…» (2)

Por esas creencias –que llevaría al extremo- Cristo fue negado, calumniado, abandonado, insultado, escarnecido, torturado y clavado en una cruz. Una cruz que era auténtico tormento y uno de los métodos de ejecución más crueles de cuantos han sido. Para tener una idea basta asistir a la proyección de la Pasión filmada por Gibson. Una película en la que el director, tras una ardua documentación, tradujo en imágenes ese inenarrable martirio, con escenas que son, verdaderamente, difíciles de soportar…

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Y es el nacimiento de ese crucificado lo que se celebra en Navidad y lo que la sustenta. No podréis obviar la pena por la no presencia de tantos y os daréis entonces cuenta del, en palabras de Mercedes Salisachs, terrible volumen de la ausencia... Pero nadie podrá impediros, paralelamente, que, desde cualquier ideología, meditéis sobre esos valores que la Navidad representa y reflexionéis sobre en qué medida podéis contribuir a una mejora del mundo en el que os envolvéis y que necesita urgentemente de una buena capa de pintura...

Tal vez sería factible empezar con pequeñas cosas: con una llamada telefónica tras décadas de omisiones, con una verdadera petición de perdón, con la constatación de que en ocasiones pudisteis dar –explícita o metafóricamente- de comer a alguien, con reconocer que un consumismo desaforado no sacia vuestra sed, con... De hacerlo, quizás seáis capaces de darle la vuelta a la tortilla y conseguir que la Navidad del 2020, a la postre, no esté tan mal…

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1.- Delibes, Miguel: «Pegar la hebra». Ediciones Destino, 1990. Pág.23.

2.- Mateo, 25, 31-46.