El pesimismo ante la próxima Navidad, la de un año maldito, anida en todas partes y se verbaliza en conversaciones con familiares y amigos, en programas de televisión, en comerciantes, en encuestas, en entrevistas a pie de calle, etc. La más que probable imposibilidad de reuniros con los seres a los que amáis –especialmente con los que viven lejos de vuestro entorno- en unos días tan emblemáticos produce tristeza, una tristeza incuestionable, humana, la que podréis mitigar probablemente con el uso de las nuevas tecnologías. Pero existe otro factor que resulta más irrelevante y que, al parecer, contribuye a esa desazón general, abundando en la herida: el de los regalos, el del consumismo, el del capitalismo. No te refieres a quien depende de ese gasto extraordinario que se produce en diciembre para sobrevivir. En ese caso, su deseo por tener unas navidades típicas es un anhelo plenamente justificado. Pero no así –crees- para el resto de los mortales. ¿Es necesario, de hecho, un gasto desaforado para vivir la Navidad? ¿Qué se celebra, verdaderamente, en esos días? Y la respuesta alude a un hecho histórico que parecéis haber olvidado: el nacimiento de Cristo. Algo que quizás debierais de tener presente este año, cuando en diciembre, seguramente, se abra un periodo de reflexión personal en multitud de seres humanos… ¿Ama más quien más compra? ¿Es más feliz quien más come? ¿Quién más sale de copas? ¿Quién más adinerado es?
Contigo mismo
¡Uf! La próxima Navidad
24/11/20 0:00
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