Asistes, irritado, a la catástrofe de Tarragona mientras recuerdas algunas palabras anónimas celosamente guardadas en tu memoria: «Destruir el medio ambiente es tan estúpido como cortar la rama que nos está sosteniendo». En palabras atribuidas a Einstein: «Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el Universo. Tan solo no estoy seguro de la segunda.»
- Más que estupidez es…
-Sed de poder y riqueza. Y la infantil percepción de que, a la postre, los finales siempre son felices, como si la vida fuera un guion cinematográfico políticamente correcto. «Sobreviviremos. El Planeta jamás se irá al carajo. Negociemos con él, aunque sea a costa de su paulatina destrucción» –os decís-. Es un comportamiento necio que niega la posibilidad, cada vez, sin embargo, más probable, de que un día os vayáis, sí, al carajo –lo iteras-.
- ¿Y?
- Vais destruyendo vuestro entorno. Manda el capital, una falsa concepción del progreso y la llamada ‘sociedad del bienestar' (en el primer mundo, ¡natural!). Y seguiréis haciéndolo mientras el alquitrán o la radiación llamen a la puerta del vecino y no a la propia. Hasta que un día sea vuestro timbre el que suene, que no otro… Lo explicitó, de alguna manera, Gandhi: «El mundo es suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos, pero siempre será demasiado pequeño para la avaricia de algunos.»
Crees que ese afán de posesión y la paulatina degradación de vuestro ecosistema no son sino causa y efecto. Tal vez por ello sería conveniente reconocer vuestra pequeñez y mortalidad. El Pulitzer Carl Sagan, astrofísico, lo recomendó y describió de manera magistral a partir de la observación, desde seis mil millones de kilómetros, de vuestro planeta, mediante fotos tomadas por la Voyager 1. Planeta que aparecía como un minúsculo e insignificante punto azul en la oscura inmensidad del Universo. Una Tierra que Sagan denominó precisamente así: The Pale Blue Dot. Señala el científico: «La tierra es un pequeño escenario en una vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre derramados por todos esos generales y emperadores para que pudieran convertirse en los amos momentáneos de una fracción de un punto (…) La impaciencia por matarnos unos a otros, los fervientes odios, la falsa ilusión de tener una posición privilegiada en el Universo son desafiadas por este punto de luz pálida (…) Nuestro planeta es una mota solitaria en esta inmensa envolvente oscuridad cósmica. Es nuestra oscuridad (...) La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora capaz de albergar vida, el único hogar (…) Se ha dicho que la astronomía es una escuela de humildad (…) Quizás no hay mejor demostración de la estupidez de los prejuicios humanos que esta imagen distante de nuestro diminuto mundo. Para mí recalca nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros más amablemente y de preservar y cuidar el pálido punto azul.»
Como en las viejas aulas, los poderosos del mundo, inmisericordes y egocéntricos, deberían copiar cien veces las palabras de Sagan. Puede que entonces fueran conscientes de que no son inmortales, de que nada –ni ellos- es eterno, de que, tarde o temprano, la espicharán, como todo hijo de vecino y de que –como se dice en Menorca con cierto humor negro, en clara referencia a la sepultura- amb catorze palms ja basta… Y, de esa constatación, tal vez surgiera el reconocimiento –y cambio de actitud- de que la Naturaleza no es fuente de riqueza, sino de vida; no de enriquecimiento sin escrúpulos, sino criatura a la que amar y cuidar… Porque, tras cada desastre ecológico, tras cada brutal violación al entorno, tras cada juego peligroso y experimental sobre los mecanismos de la existencia, tras cada bomba nuclear, tras cada vejación al punto azul, permanentemente ha anidado la pasión enfermiza por el dinero y/o la sed insaciable de poder. Y la imbecilidad. La necesidad de sentiros dioses, cuando sois, simplemente, microscópicos y mortales seres en un único hogar, en la inmensidad de un Universo que no es sino lección espléndida de humildad…