Los padres y los diseñadores/agentes inmobiliarios observan el objeto de cerámica ante la mirada de una niña de siete años. Sus progenitores, que no saben si adquirir o no la vivienda que visitan ante las cámaras, bromean sobre esa taza ridícula que parece extraída de una rancia película de David O. Selznick y que han hallado durante su televisivo paseo por la propiedad en venta… La burla va en crescendo hasta alcanzar el paroxismo. Hay algo de mezquino en ella, incluso de cruel. «But, who could buy something so ridiculous?» («Pero, ¿quién pudo comprar algo tan ridículo?») –pregunta la madre, sarcástica-. Los decoradores y conductores del espacio asienten, congratulándose al pensar en un más que probable incremento del índice de audiencia…
- ¿Estás hablando de…?
- De esos programas de decoración en los que sus participantes han de optar por comprar una casa nueva o por reformar la propia. Causan furor. De hecho, existen diversos formatos –te contestas-.
De repente, y contra pronóstico, la hija, de unos ocho años, interviene:
- Tal vez les gustaba… A sus anteriores dueños. La taza. Quizás era especial o importante para ellos, un recuerdo, un…
La mujer mira a su pequeña y la corrige:
- Shut up and let the elders talk! («¡Cállate y deja hablar a los mayores!»)
Y la muchacha calla…
El programa continúa. El matrimonio opta finalmente por adquirir la hacienda que escudriñan y, por ende, reformarla de arriba abajo… La compradora agarra la jarrita y, mirando fijamente a su hija, la tira al suelo en un extraño acto de sadismo. No hay censura… Los índices, ya se sabe…
La nueva dueña da sus primeras instrucciones: todo ha de quedar muy chic y luminoso. La cocina y el comedor han de compartir un inmenso espacio abierto y no ha de faltar un lujoso dormitorio para invitados… El diseñador toma nota…
- Hemos de ser la envidia de nuestros amigos –continúa-.
A la postre, la casa tiene que convertirse, principalmente, en una herramienta para la visualización del poderío económico y social adquirido por el matrimonio, más que, of course, en un hogar… Habrá grifos para ollas, isla enorme en la cocina y look ecléctico. ¿Sentimientos?
Metafóricamente, lo visto se asemeja mucho a tú país. Importa la ostentación (entiéndase poder, ambición y narcisismo), pero no la taza rota ni su intrahistoria (el bienestar y el futuro de sus ciudadanos olvidados). Y si para ello, contra natura y lógica alguna, se ha de pactar eclécticamente y abrir, de seguro, una aterradora caja de pandora, pues tutti avanti! ¿Y la dignidad?
- Electrodomésticos de alta gama…
Mientras, ajena al aquelarre de vanidades, la niña recoge los pedazos de la taza rota (¿dónde habrá hombres de Estado?) e intenta recomponerla. De pronto se pregunta si, en esa nueva mansión, tendrán cabida sus dibujos infantiles, su primer diente de leche, la jirafa de plastilina que, emocionada, les regaló a sus padres, su… En la otra, alegórica, y durante las negociaciones, ¿habrá lugar para los problemas reales de los jubilados, de los dependientes, de los sin techo, de…?)
La niña conoce la respuesta. Ustedes y tú mismo, también…
En otro episodio del programa, otra participante exclamó que ella no podría residir jamás en un adosado, a lo que su hijo, de unos nueve años, le recordó que había quien dormía en la calle… ¿Tal vez un Congreso copado por niños?
En los minutos finales del show la cosa aparece ya reformada, irreconocible, espléndida. El matrimonio muestra su emoción: «¡Es realmente ostentosa! ¡Gracias, de corazón!». Nada se echa en falta, a no ser la última palabra pronunciada.
La niña no interviene en el epílogo del episodio, como tampoco, en la tribuna, los diputados honestos y eficaces que, por comparación, molestan, son expulsados del paraíso y no les queda otra que escribir manifiestos...
Y en las nuevas repisas y paredes no aparecen, ya, efectivamente, los dibujos infantiles de la hija, ni sus dientes de leche, ni las jirafas de amor y plastilina… Ni los suyos, ni los vuestros…