Venancio bajó las escaleras de mármol llevando entre las manos la bandeja de plata con los restos del té con pastas que había servido a los señores, una hora antes, en el salón principal. Venancio llevaba más de diez años trabajando para los condes de Smallhead, cerca del condado de Donkey. Desde que vio la película «Lo que queda del día», donde Anthony Hopkins interpreta con maestría al primer mayordomo de la mansión Darlington Hall, Venancio tuvo muy claro que de mayor quería ser mayordomo inglés. Llevar guantes blancos y pasearse muy erguido por una mansión victoriana dando órdenes al resto del personal del servicio. No juzguen tan rápido, queridos lectores, allá cada cual con sus dueños, perdón, quise decir con sus sueños.
Venancio llevaba un mes ñoño. Y no era por la incesante lluvia, parte fundamental de su sueño inglés, ni porque los hijos de los señores le dejaran la mansión perdida, después de las fiestas que se montaban cuando los condes realizaban sus largos viajes de negocios a Dubai, o Macao. Aunque tenía que hablar muy seriamente era con el señorito John, vale que con 29 años no haya acabado aún la carrera de Derecho, pero eso de dejarle las alfombras persas del salón de la chimenea perdidas de cocaína, no lo iba a consentir más. ¿Por qué no podía conformarse con reventarse el hígado con litros de whisky como hacían los jóvenes señoritos de antaño? Los malcriados de antes tenían más estilo.
El caso, como decíamos, es que Venancio estaba muy blandito, muy bajito de defensas emocionales. Hasta el punto de que un día, para despejarse, bajó a la ciudad para ver la película «Vengadores: Endgame», el cine palomitero siempre le había funcionado mejor que un Orfidal. Pues bien, el muy bobo se puso a llorar desconsoladamente cuando Iron Man (atención, aquí va un spoiler como un camión) chasca los dedos delante de Thanos, y muere, se sacrifica, para salvar a la Humanidad. Joder, hay que estar muy mal de la cabecita, o muy deprimido, para llorar con la muerte de Iron Man. Pues ya ven, ahí estaba Venancio, sorbiendo mocos como si no hubiera un mañana, entre la sal de las lágrimas y la de las palomitas, se le estaban quedando los morros de un trompetista de jazz.
El origen real de la aflicción profunda de Venancio estaba en el despido de Emily, un ama de llaves que al él recordaba mucho a Emma Thompson, y que hacía que su sueño fuera casi perfecto. Pero a Emily la pillaron con la condesa de Smallhead y un jardinero congoleño practicando las acrobáticas posturas amatorias con la que nos ilustra el Kamasutra, y el conde no tuvo más remedio que despedir a Emily y a Tshibala, el divorcio le hubiera salido demasiado caro.
En cuanto los condes regresen de su viaje, y el señor invite a Venancio a compartir un largo trago de whisky escocés, Macallan Imperiale M Decanter, todas las penas se le irán, como al perrillo que espera a su dueño todo el día en casa, y se conforma con una caricia y un platillo de Royal Canin, al final del día.
No se trata de juzgar a Venancio con demasiada dureza, al fin y al cabo está donde quiere estar y eso es mucho, Pero creo que si nos fijamos un poco, solo un poquito, vemos demasiado servilismo a nuestro alrededor. Y eso no mola, eso es de épocas pretéritas, pero no me casa con un calendario donde pone siglo XXI. El espíritu de esclavo que late bajo la libertad de consumo, quizás eso sea lo que nos define. Y ahora me voy al cine a comer palomitas, que en eso soy peor que Venancio. Feliz jueves.
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