A raíz de la desafortunada desaparición de Rubalcaba, quien más quien menos hemos sentido la pulsión de comparar. En efecto, ese hombre de estado asumió tareas parejas a las de los amados líderes actuales, pero parece que tanto su formación como su talante y su manera de afrontar los retos de la res pública pertenecieran a otra galaxia. Parecido abismo al que separa “La clave” (programa de debate en la televisión del pleistoceno) a las actuales tertulias políticas a grito pelado, es el inabarcable páramo que separa a Rubalcaba de los primeros espadas Casado, Rivera, Sánchez o Iglesias (aunque éste último esté posiblemente intelectualmente tan preparado como Rubalcaba a su edad, intuyo que no le alcanza ni de lejos en nivel de coherencia); por no hablar de rufianes y abascales, colonos ellos de territorios donde habita la chulería y la exclusión de aquel que no venere el banderín fetiche del correspondiente pueblo elegido.
En fin, que mientras varios de los machos alfa actuales dan penosos tumbos alrededor de unos ideales líquidos, intercambiables, negociables, reciclabes, prescindibles, lavables (a veces encogidos, otras dados de sí o desteñidos) en busca de trueques y alianzas ventajosas, nosotros nos vemos en la tesitura de volver a las urnas. Ya tenemos bien colocados a unos cuantos, ahora, como generosos mecenas que somos, debemos proporcionar empleo de calidad (con jugosa jubilación blindada) a otra tacada de, en no pocos casos, improductivos charlatanes.
Pongámonos a la tarea.
Empecemos por Europa. Al Parlamento europeo suelen facturar los partidos clásicos sus piezas caducadas, sobrantes o en estado de obsolescencia programada. Los partidos de nuevo cuño no tienen todavía este tipo de producto en stock, de manera que mandan a gente con algo más de fuelle. Seamos no obstante prudentes con la papeleta; pensemos lo peligroso que resultaría que desembarquen en ese anfiteatro más ultranacionalistas, antieuropeístas y otros adictos a la centrifugación; sólo nos falta que Europa se diluya como un azucarillo para acabar de cagarla.
Las papeletas autonómicas y municipales son también importantes, y en cierto sentido más fáciles de decidir. Sólo hay que observar los logros obtenidos por los bloques que han venido tradicionalmente alternándose en el cuidado de la calidad de vida de sus administrados y pensar cuál de ellos lo hizo, sino con más tino, al menos con menor desacierto.
Josep Pons Fraga, en su columna «Bon día Menorca» del pasado 2 de Mayo nos recordaba el malestar del inversor suizo Roger Zannier, la queja de Martin Varsavsky, la decepción de Chillida y Branson, todos ellos víctimas de la tupida tela de araña que se ha venido tejiendo en la administración para paralizar ciertas inversiones en la isla. Y no es que estas personas proyectasen desastres urbanísticos como el perpetrado por ejemplo en Arenal de'n Castell (con el consentimiento de los infatigables ortodoxos por cierto) o de dudoso gusto, como el parque acuático de la costa sur, sino proyectos de lujo con mínimo impacto ambiental y máximo impacto económico. Pero no son sólo ellos; antes, el Aga Khan, Norman Foster, y decenas de anónimos propietarios de fincas rústicas han sido toreados por el Consell, el Gobern, los Ayuntamientos, Costas, Patrimonio etc y han visto languidecer sus proyectos en un laberinto eterno de kafkianas zancadillas.
Según mi criterio, nuestra isla necesita personas con la capacidad y la determinación de romper con este grasiento chiringuito burocrático que se dedica a mandar ciertos expedientes al contenedor del compost. Gente competente que no conciba que una desaladora pueda permanecer en desuso hasta que se pudra, que no tarde cuatro años en construir un ascensor (by the way, quizás la rampa que ya había sido proyectada y presupuestada por Reynés en el parque Rochina hubiera cumplido mejor la función de conexión, sobre todo pensando en las oleadas repentinas de los cruceristas y en que además llevaría años construida), gente en definitiva con respeto al entorno, criterio solvente y capacidad de gestión.
¿Es eso lo que tendremos?
O no.