Os quejáis -tú el primero- de las nuevas tecnologías. De como estas -¿te acuerdas, Juan Carlos?- os acercan a los que están lejos, pero os alejan de los que están cerca. Y, así, os conmueven e inquietan el último –y brillante- anuncio de Ikea o el soberbio film de Álex de la Iglesia «Perfectos desconocidos». Pero en eso os quedáis: en el quejido resignado. Puede que, incluso, hasta cobarde. En la cuestión planteada y en otras muchas. Por eso te impactó lo que hizo Epi...
Epi es una mujer afable, con la que resulta terriblemente fácil empatizar. Risueña, culta, amable, con una capacidad argumentativa contundente y una valentía inusual. Te contó lo que hizo. La admiraste. Había en ti un poco de escepticismo. ¿Habrá sido realmente capaz? Lo fue. Harta de tanto WhatsApp, y tras una experiencia humanamente decepcionante, optó por pasar de la crítica a la acción. Redactó un texto bellísimo dirigido a sus amigos y/o contactos y les anunció, de manera brillantemente razonada, que iba a borrarlos... La misiva –la última- pretendía evitar que hubiera malos entendidos. No era falta de querencia. Más bien todo lo contrario. Era sed de unos canales vivos de comunicación, esos por los que transitara el alma y una humanidad que lo inmediato va aniquilando lenta, pero inexorablemente. Y así lo hizo. Le solicitaste que te remitiera el texto que hizo llegar a sus compadres y que te permitiera reproducirlo. Desde Londres te dio su plácet. He aquí, pues, íntegras, sus palabras:
«El día de mi cumpleaños recordé, con gran nostalgia, aquellos años, no tan antaño, en los que el incesante riiin, riiin del teléfono era la melodía tan ansiada para escuchar las felicitaciones. Parientes, amigos y conocidos te inyectaban la calidez de una felicitación oral y te llenaban el día de voces alegres y cantarinas. Este año tan solo recibí tres llamadas. El resto de felicitaciones se redujeron a WhatsApp...Y esta realidad me hizo reflexionar. He decidido prescindir del WhatsApp, esta forma de comunicación que, a mi modo de ver, despoja al ser humano, de una forma inconsciente y sutil, de la posibilidad de un intercambio oral, espontáneo y cálido para suplirlo por un rosario de emoticonos reduciendo así los sentimientos a unos garabatos diseñados por otros. Espero que esta decisión tan personal y reflexionada no moleste ni hiera los sentimientos de nadie. Con esta pataleta de cincuentona llamo a la reflexión y aplaudo calurosamente a aquellos que se resisten a ser arrastrados por la vorágine de la ‘tecnología' para rescatar las recetas de la transmisión oral».
- Te pareció brillante...
- Lo es –te contestas-.
Pero, más allá de lo dicho, Epi te dio una lección. La de que, en ocasiones, se puede mudar uno de plañidera a hombre/mujer de acción. Apartar el cómodo aserto de que «¡total, el mundo no tiene arreglo!», para, con coraje, acometer pequeñas acciones personales que alivien el peso de tanta mezquindad. Porque ante la calumnia, podemos poner verdad; ante la murmuración y la crítica, censura; ante la desidia, amor por lo que hacéis; ante las soledades, compañía; ante las desigualdades, una porción de vuestro tiempo dedicado a una ONG; ante «Voz», caridad y sentido común; ante la inmigración un «¿y si fuera yo o mi hijo o mi nieto?»; ante la desesperación, consuelo; ante...
No te gusta el mundo que se está conformando. Ni los populismos que no resolverán vuestros problemas, porque se nutren de ellos. No te agrada la Europa del odio que parece otear en el horizonte de las miserias humanas. No te agrada el futuro que esculpís para vuestros nietos... Pero ni ningún político, ni ningún iluminado mudará el cielo grisáceo que envuelve ahora, por lo menos, tú alma. Sí, en cambio, vosotros mismos. Cuando vuestras pequeñas acciones de solidaridad y justicia, sumadas, modifiquen, para bien, el terrible decorado que se alza, hoy, en el escenario insoslayable del mundo…
Gracias, Epi, por enseñarte/enseñaros el camino. Y ahora les dejas... Tienes que buscar infinidad de números telefónicos...