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No es lo mismo ganar una moción de censura que unas elecciones generales. Ambos mecanismos permiten acceder a la presidencia del Gobierno.

Ganó Pedro Sánchez y tumbó a Mariano Rajoy porque el PNV no quiso quedar al margen de la operación, iniciada por Ciudadanos cuando dio por finiquitada la legislatura, en la que quien ha ejercido la presidencia del Gobierno desde el 2011 pagó la factura de la corrupción. El drama del presidente Sánchez es su minoría parlamentaria, aunque es justo reconocer que nunca 84 diputados dieron para tanto. La mayoría parlamentaria, a través del PP, Podemos y Ciudadanos, ejercerá una oposición, desde la derecha y la izquierda, que lastrara la acción de gobierno.

Consciente de su precariedad, Sánchez emprende desde el primer día una salida hacia adelante con una política de gestos -como la composición del nuevo Ejecutivo- y de mensajes en clave electoral.

Atrás queda el compromiso de convocar elecciones, porque lo importante era desalojar al Partido Popular de La Moncloa. Golpe al tablero y nuevo escenario, que recogerán los próximos sondeos de intención de voto.

Pero los gobiernos están para tomar decisiones, para gobernar y para resolver los problemas. Aquí está el desafío independentista catalán -la consellera de Cultura de la Generalitat afirma que el español se implanto en un proceso de colonización ergo, Cataluña es una colonia-, la reivindicación de la subida de las pensiones el nuevo modelo de financiación y las políticas de Estado contra ETA y el yihadismo. Todo esto exige mucho más que gestos.

¿Y Balears? Sánchez ve con buenos ojos a Francesc Antich en la delegación del Gobierno, que debería dimitir como senador autonómico, en lugar de Bel Oliver, candidata de Armengol. Carles Manera se busca la vida en Madrid. Y Catalina Cladera debe volver a empezar con el Régimen Especial.