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Estás harto... ¡De verdad! De tanto iluminado, de tantas falsedades, en uno y otro sentido, de tantos articulistas que aspiran, probablemente, a costa de Catalunya, a futuribles cargos... Harto de tanta memez, de tantos que reiteran, semana sí y otra también, su sectarismo, de...

De tanta miseria...

¿Qué es Catalunya?

Viviste en la calle Provenza. En una pensión de estudiantes. Se denominaba El Escorial. En el día de hoy le habrían retirado el letrero por fascista. Pero, sin embargo, la dueña era republicana y antifranquista y le habían fusilado a dos de los seres a los que engendró... Erais pobres. Los inquilinos. Y ella, la dueña, os daba en demasía. Llevaba su republicanismo hasta el fondo y eso no era -es- otra cosa que igualdad y socorrer al jodido. En esa época los jodidos erais vosotros, los estudiantes y algún anciano solitario desasistido y una envejecida tonadillera a la que nadie ya contrataba. ¡Qué triste! ¡Qué bonito! En su comedor de desheredados tempraneros o tardíos anidaba la República, aparentemente perdida, y la Catalunya real... En ese tiempo, ni Rajoy ni Puigdemont compartían vuestro pan...

Tenía, el comedor, tapetes de cuadros... Alguien te hablaba en vasco. Y otro que va y te dice que a ver si le enseñas cuatro palabras en catalán... Tu universidad se izaba sobre héroes reales... Sobre manteles. En una pensión... Que iluminaba...

Luego ibas a esa otra, la Universidad, en mayúsculas (¡Gracias, padres!). Y en esa, leyes, preceptos, intereses, visceralidades se quedaban ahí, fuera, en la plaza del mismo nombre, esa plaza que se los tragaba, como buena madre, porque por eso se denominaba Plaza de la Universidad... Y los estudiantes, cuando podíais, os recogíais en un bar denominado así, el de Los Estudiantes...

En esos jardines de sabiduría retozabas con tus primeras 'novietas' y leíais, entonces, entre caricias, poesía, sabiendo que Barcelona era mucha Barcelona, lo mejor, lo más aproximado a Europa, esa Europa, ¡ay!, sí, que en 1978 era tan lejana... Y tan hermosa...

Los nenúfares, el campus...

No había, luego, en ese bar, el de los estudiantes, polémicas engominadas de articulistas, ni demencias, ni izquierdas ni derechas, ni independentistas ni constitucionalistas, tan solo la abrumadora y desnuda inocencia de alumnos que amaban esa plaza, esa Universidad, esa ciudad, ese pasaporte al mundo...

Y babeabas, babeábamos...

Ibas a clase y... ¡Uep!... Martí de Riquer...

Ibas a clase y... ¡Uep... Blecua...

Ibas a clase y... ¡Uep!... Rosa Navarro...

Ibas a clase y... ¡Uep!...

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Y... ¡Uep!... Un día Miguel Delibes...

Tú salías de esas aulas como loco, diciendo, joder, que lo que me han dicho, que lo escuche el mundo, que, de verdad, ese mundo sería mucho mejor... Y llegabas a tu pensión. Y esa pensión era ya otra... Como más hermosa...

Y Paca, la dueña de hostal, andaluza, anciana, te esperaba y, al verte, te daba un bocata. Forges no tuvo nunca mejor homenaje...

Nadie podrá jamás amar más a Barcelona y a Catalunya como tú... Y como Paca... A quien corresponda...

Pero los miserables, de uno y otro lado, te hurtaron, te hurtan, esa Barcelona...

Estás harto ya, sí...

«I have a dream» –no lo leyeron-.

«Imagine» –no lo escucharon-.

Cierto día un poeta visitó, con vosotros, el patio de vuestra universidad... Hurgando en sus jardines le preguntó a Manu, el jardinero, que qué flores eran esas. Manu –escueto, afable, amable, paternal siempre para con vosotros- le contestó: «Son nenúfares, señor, esos de los que usted tanto habla en sus poemas»...

No quieres que nadie te hurte esa Barcelona, ni su universalidad, ni esa capacidad de que, en ella, un estudiante, se abra al mundo, ese mundo que luego, la vida, probablemente, le cercenará... ¡Vamos a entendernos! No es un ruego, es una plegaria...

Los políticos no entienden de nenúfares...

Catalunya, ¡ya!, se merece jardineros... Pero andamos escasos...

Esos jardineros que entienden de la tierra que pisan...

Y de poesía, puede que lejana, pero que, a la postre, solo es amor...